LAS DOS CIUDADES AGUSTINIANAS EN LA PATRIA ARGENTINA, EN LA VISIÓN DE SARMIENTO

 Sarmiento, uno de los representantes más conspicuos del liberalismo masónico que combatió la identidad hispano católica de la Patria, tenía esto bien claro. Y lo señala en muchos de sus libros. En “Recuerdos de Provincia” trata con desdén a la Universidad de Córdoba señalando que “la Edad Media se parapetaba en sus claustros”, y en el “Facundo” contrapone a la medieval y española Córdoba contra la ilustrada y abierta Buenos Aires: “Si queréis, pues, conocer monumentos de la Edad Media, y examinar el poder y las formas de aquella célebre Orden (la Compañía de Jesús), id a Córdoba...En cada cuadra de la sucinta ciudad hay un soberbio convento, un monasterio o una casa de beatas o de ejercicios. Cada familia tenía entonces un clérigo, un fraile, una monja o un corista...Andando un poco la vista que hacemos se encuentra la célebre universidad de Córdoba, fundada nada menos que en el año 1613, y en cuyos claustros sombríos han pasado la juventud ocho generaciones de doctores...Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no conoció la ópera, no tiene aun diarios...El espíritu de Córdoba hasta 1829 es monacal y escolástico: la conversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas de los santos, sobre los exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas de doctor.”

     Frente a la “medieval y sombría” Córdoba, se alza, según Sarmiento, la  “abierta” Buenos Aires: “Examinemos ahora a Buenos Aires...Llevada de este sentimiento de la propia suficiencia, inicia la revolución con una audacia sin ejemplo; la lleva por todas partes...El ‘Contrato Social’ (de Rousseau) vuela de mano en mano...Buenos Aires se cree una continuación de Europa; y si no confiesa francamente que es francesa y norteamericana en su espíritu y tendencias, niega su origen español...Pero Buenos Aires, en medio de todos estos vaivenes, muestra la fuerza revolucionaria de que está dotada.”

     En realidad, lo que Sarmiento está intentando contraponer en estos estereotipos son la diferencias entre lo que representaba el Partido Federal, arraigado a lo más profundo del ser nacional, y el Partido Unitario, el cual, influido por un buen número de masones que militaban en sus filas, procuraba imponer a sangre y fuego las novedades que circulaban en Europa, y que tan grandes conflictos provocaban allá. No compartimos para nada su descripción de Buenos Aires. Sí podemos aplicarla a la camarilla unitaria que se apoderó de la ciudad en los tiempos de Rivadavia. Pero la ciudad y la campaña eran tan españolas y tradicionales como el interior, y por eso fue escenario de gestas del más rancio contenido medieval como la lucha contra los ingleses en 1806 y 1807, al grito de “¡Santiago! ¡Y cierra España!”. Por otra parte, el personaje al que nos vamos a dedicar en este trabajo, Juan Manuel de Rosas, surgido de la entraña más profunda de Buenos Aires, es un hombre de la tradición. Con respecto a la “circulación” del Contrato Social de Rousseau, en realidad lo intentó difundir Mariano Moreno durante su breve paso como secretario de la Primera Junta, habiéndolo previamente expurgado del contenido más propiamente antirreligioso. Y la Junta Grande lo sacó de circulación a los pocos meses.



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