"Todo para el pueblo pero sin el pueblo"
Con esta breve y superflua frase se suele definir al régimen que se impuso en las Cortes europeas durante la segunda mitad del siglo XVIII. La misma supone toda una concepción ideológica, y por otra parte una falsificación de la realidad histórica.
Enumeremos las falsedades históricas, y a medida que las vamos desvelando, descubramos los fundamentos ideológicos.
Primera mentira: Al sostenerse que el Despotismo Ilustrado se propuso “pensar” en el Pueblo (“Todo para el Pueblo”) se da por supuesto que anteriormente ningún Gobierno había pensado en él. Habría que preguntarse, en primer lugar, qué es el Pueblo. Pero dejemos de lado ese “pequeño detalle”. Esta afirmación que estamos cuestionando representa un desconocimiento de las concepciones políticas antiguas y medievales que sostuvieron que el fin de la acción política es el Bien Común. Indagando en nuestra historia hispanoamericana podemos afirmar que no fueron los Borbones (bajo su régimen se impuso el Despotismo Ilustrado) quienes por primera vez “pensaron en el Pueblo”. Durante los siglos XVI y XVII reinaron los Austrias, quienes tuvieron una idea bien clara de su misión política. La autoridad del Monarca era considerada como vértice y cabeza de todo el mundo hispánico, Supremo Ordenador, responsable de ordenar en Justicia el Todo Social. Su figura tenía un carácter icónico, ya que su persona representaba a la Justicia misma que se debía establecer en el Cuerpo Político. El Rey era el Supremo “Hacedor” de la Justicia, pero por encima de él se encontraban las Leyes del Reino, las Leyes de la Iglesia y las Leyes Divinas. Esta concepción quedó perfectamente reflejada en aquellos versos hispánicos que decían:
“Al Rey la Hacienda y la Vida se han de dar,
Pero la Honra es patrimonio del Alma,
y el Alma sólo es de Dios”.
Para comprender el significado que tenía la figura regia reproduciremos parte del Testamento del Rey Felipe II a su hijo y heredero:
“La Monarquía no es de origen divino sino humano, y existe en los pueblos el derecho de acabar con el tirano. El carácter de los reyes y su corona la establecieron, la dieron y dan los hombres (…) El rey es el primer servidor del reino. El ser rey; si ha de ser como se debe, no es otra cosa que una esclavitud (…) Por tanto debe buscar la perfección en todo, y principalmente en la justicia, de tal manera que el malo le experimente terrible y el bueno generoso”
Segunda mentira: Al reprocharse, implícitamente, al Despotismo Ilustrado que gobernó para el Pueblo pero sin que el Pueblo participe, se supone que siempre los gobiernos “populares” son buenos. Primeramente habría que preguntarse cuándo un gobierno es “del pueblo”. Ha habido en la Historia muchísimos gobiernos que invocando al Pueblo han cometido las mayores atrocidades de la Historia (ahí está la Historia del siglo XX con los 100.000.000 de muertos que le debemos al “popular” Comunismo). Y ha habido otros gobiernos que sin ser populares se han destacado por haber promovido el Orden, el Desarrollo y, sobre todo, el fomento de la Virtud pública.
Tercera Mentira. Al afirmarse que con el Despotismo Ilustrado se consigue por primera vez que un Gobierno “piense” en el “Pueblo”, aunque -maliciosamente- no lo haga participar, se está suponiendo que la historia marcha hacia un progreso irreversible en una dirección “predeterminada”. Efectivamente, sin afirmarlo, esta pequeñita frase, y el modo como se la enseña en nuestras escuelas y universidades, está suponiendo que el Despotismo Ilustrado es el primer paso en una evolución que se dirige hacia una mayor participación y “liberación” del “Pueblo” (luego vendrían, en pasos subsiguientes, el Liberalismo, la Democracia, el Socialismo). Aquí, en las versiones clásicas de nuestra Historia Patria, las reformas propias del Despotismo Ilustrado (en tiempos del “ilustrado” Carlos III) representarían los antecedentes (¿?) del Progreso y la Libertad que nos traería la Revolución de Mayo (versión liberal de nuestra hispánica gesta Patria).
¿Qué hay detrás de esta concepción de la Historia?
En primer lugar, ya queda dicho, una concepción populista de la Historia. La Historia marcharía hacia el establecimiento definitivo de la Soberanía Popular.
En segundo lugar, una concepción progresista y determinista. Si la Historia marcha hacia un fin, ésta funcionaría como un mecanismo “predeterminado”, y cada etapa superaría a la anterior.
En Tercer lugar, una visión materialista. Ya que se considera que el Despotismo Ilustrado “pensó en el Pueblo” porque tuvo como principal fin de gobierno un progreso material que se materializó en la construcción de caminos, puentes, la difusión de las Ciencias útiles, etc.
En realidad el Despotismo Ilustrado fue un régimen que se caracterizó por la centralización del poder, eliminando viejos “privilegios” y “fueros” que las ciudades, las regiones, los Gremios, la nobleza y las Órdenes religiosas tenían. La nueva concepción política convertía al Gobierno en instancia suprema. Más allá de la búsqueda de la Justicia o del Bien Común se consideraba que por el mero hecho de existir, y de imponer Orden, un gobierno debía ser aceptado. Por otra parte, este deber de los súbditos hacia la Corona pasaba a ser considerado como casi religioso. Además, los intelectuales del momento pensaban que el fin de los Gobiernos era promover el desarrollo material, agilizar el comercio, promover la navegación, crear puentes, caminos, incentivar las ciencias, etc. Para desarrollar la economía era necesario favorecer a los sectores de la sociedad ligados al comercio y las finanzas (burguesía). La misión humanística y justiciera del Poder era dejada de lado. Esta política, abandonaba los fines religiosos del Estado, y lo convertía en instancia suprema, aún sobre la misma Iglesia, secularizando la vida social, apartando de los intereses políticos las preocupaciones religiosas, orientando a sus pueblos hacia intereses puramente materiales. Detrás de estas políticas se encontraban ministros que pertenecían a sectas francmasónicas.
En realidad el Despotismo Ilustrado sí puede ser considerado como un paso adelante. Un paso adelante hacia el Totalitarismo moderno. Hacia un Estado que avanza sobre la sociedad y sus Instituciones, eliminado derechos concretos y estableciendo pseudoderechos abstractos.
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