BREVE SÍNTESIS SOBRE DON JUAN VÁZQUEZ DE MELLA Y EL CARLISMO

 EL CARLISMO

     El Carlismo es una reivindicación legitimista ante la usurpación producida en 1833 a la muerte del Rey Fernando VII. La legislación española, semisálica, determinaba que la sucesión a la Corona debiera haberse producido en la persona del hermano del Rey, el Infante Don Carlos, saludado como Carlos V por sus partidarios. En cambio, un verdadero golpe de Estado encubierto llevó al trono a Isabel, la hija de cortísima edad del fallecido Fernando VII y María Cristina de Nápoles. Pero no era solo una cuestión dinástica la que el Carlismo planteó. En primer lugar, la continuidad venerable de la Tradición común de los Pueblos hispánicos, esparcidos por los cinco continentes. De modo quizá no del todo consciente al inicio, con comprensión cada vez más clara, el Carlismo ha venido a ser la prolongación de un modo de ser que sucesivamente han cancelado el absolutismo, el liberalismo y el socialismo (en ocasiones con idas y vueltas). En este sentido profundo, como la vieja Cristiandad medieval se continuó durante el período de la Casa de Austria en el mundo hispánico, convertido en una suerte de Christianitas minor, el Carlismo ha sido todavía una suerte de reserva de esa Cristiandad menor. El carácter íntimamente popular del Carlismo, tantas veces incomprendido, como otras silenciado, recibe ahí también una de sus explicaciones. 

DON JUANVAZQUEZ DE MELLA

   El tradicionalismo, prefigurado en el Filósofo Rancio, como sistema político y filosófico deja de ser puro filosofismo con Donoso y con Balmes, pero sobre todo en la obra de Aparisi y, como cuerpo doctrinal extenso y acabado, en la de Juan Vázquez de Mella (1861-1928). En el gran tribuno y pensador, el tradicionalismo se convierte en resurrección gallarda del espíritu español, ahogado y desviado de su natural dirección por el enciclopedismo del siglo XVIII y por el parlamentarismo exótico y pseudodemocrático del XIX. Para enfrentarse con el liberalismo no se limita Mella a derruir sus bases lógicas; también se fija en la historia española. La historia del liberalismo—dice—es la negación de la historia de España.

    La crítica del liberalismo aún no se ha hecho más agudamente de como Mella la hizo. En él aparece con claridad el error de la supuesta opinión de las mayorías y la paradoja de que los incapaces elijan a los capaces, los incultos a los cultos y los menos dignos a los más dignos. Frente a la cuestión social, Mella no se somete a un conservadurismo contemporizador; habla sin tapujos de la «afrentosa servidumbre« de clases enteras, y afirma que el capitalismo no responde al ideal de justicia y caridad.

  Sostenía don Vázquez de Mella: “Mi creencia es tan firme sobre la esterilidad de las contiendas parlamentarias y la proximidad de las terribles contiendas sociales, que, si no la hubiera arraigado en mí el estudio de la impiedad moderna en todas sus formas, me la impondría la extraña ceguera de los que no ven la marcha vertiginosa de la revolución y todavía creen −por no fijar la vista empañada más que en un punto y no compararlo con lo que lo rodea, para notar las diferencias de posición− en la perpetuidad de un presente que hace tiempo se desliza, por un plano inclinado, hacia el abismo. (…) una nube sombría y tormentosa invada los horizontes y los ilumine súbitamente con la centella que rasgue sus entrañas, para que veamos avanzar sobre el suelo, calcinado por la revolución, de esta Europa apóstata y cobarde una ola negra, muy negra, coronada de espumas ensangrentadas, que arrastre, entre sus aguas impuras, astillas de tronos y fragmentos de altares, y que dé comienzo a una noche funeral que se cierna sobre la tierra y parezca interrumpir la historia.”

     Su definición de la Nación era muy contraria a las teorías contractualistas: Es la Nación algo más que lo que significan y creen las escuelas liberales, que reducen prácticamente las naciones á simples agregados de individuos que coexisten en un momento de la historia. No; la nación no la forman tan sólo los individuos que hoy constituyen á España; no la forman sólo los organismos vivientes en estos momentos; entran en ella como elementos fundamentales la historia y la tradición. Más que un todo simultáneo, es una especie de todo sucesivo formado por los siglos, por las generaciones unificadas, por un mismo espíritu, producido por una misma y poderosa unidad de creencias.


      De este concepto de la nación, que es el verdadero y legítimo concepto, como yo podría demostrar aquí refutando todos esos conceptos parciales geográfico, etnográfico , linguístico, etc, etc, que no significan otra cosa más que las teorías que algunos publicistas han defendido como punto de partida para sostener el famoso principio de las nacionalidades, que tantos beneficios ha reportado á algunos políticos ambiciosos, por medio de prácticas irrisorias y de evidentes mixtificaciones; de ese concepto de Nación, como todo armónico que forman la cadena de generaciones asociadas por un mismo espíritu y por una misma unidad de creencias, brota la verdadera voluntad nacional, que no es la voluntad pasajera y mudable de un día, aun cuando fuese entonces expresión del estado de la opinión verdadera del país, sino que es la voluntad de las generaciones que se han sucedido sobre el suelo de la patria y que se expresa, no por actos pasajeros y mudables, como el que nace de una elección parlamentaria, sino por hechos constantes de la historia, que tienen su expresión exacta en las tradiciones fundamentales de un pueblo; y como esas tradiciones en España se resumen en esa trinidad augusta que corresponde hasta á las palabras mismas que sirven de lema á nuestra bandera, tendríais que reconocer que la unidad católica, que es la tradición fundamental en el orden religioso; la Monarquía cristiana, que es la tradición fundamental en el orden político, y la libertad fuerista ó regionalista , que es la tradición democrática de nuestro pueblo, eran las tres fundamentales tradiciones donde estaba como vinculada y representada la voluntad nacional, lo que os llevaría á esta inevitable consecuencia: todo partido, todo hombre de Estado que se levante contra esta trilogía augusta en que se compendia y se resume la constitución interna de España, estará en contradicción con la voluntad nacional, renegará de aquello que constituye propiamente la patria, y pondrá su voluntad en contra de la patria misma”. (El programa tradicionalista. Discurso pronunciado en el congreso los días 30 y 31 de mayo de 1893)

      No es fácil hacer una apretada síntesis de un fenómeno tan complejo y prolongado. Puede decirse, sin embargo, que su explicación exige tener en cuenta tres ejes fundamentales: la Bandera de la Legitimidad dinástica, la continuidad del mundo hispánico anterior a las revoluciones modernas y el corpus doctrinal del tradicionalismo. 

I. La Bandera de la Legitimidad dinástica 

En efecto, el Carlismo es una reivindicación legitimista ante la usurpación producida en 1833 a la muerte del Rey Fernando VII. La legislación española, semisálica, determinaba que la sucesión a la Corona debiera haberse producido en la persona del hermano del Rey, el Infante Don Carlos, saludado como Carlos V por sus partidarios. En cambio, un verdadero golpe de Estado encubierto llevó al trono a Isabel, la hija de cortísima edad del fallecido Fernando VII y María Cristina de Nápoles.  

1ª. La Guerra estalló con fuerza en toda España, en especial en el País Vasco, Navarra, Castilla y Cataluña, y duró siete años.  

2ª. Todavía en el decenio de los cuarenta, con el hijo de Carlos V, Carlos VI, volvería la Guerra, la conocida como Segunda Guerra Carlista. 

3ª. Entre 1872 y 1876, con Carlos VII, nieto de Carlos V, una Tercera Guerra durante la que gobernó en diversas zonas de España.  

4ª. Incluso la “Guerra de España”, entre 1936 y 1939, tuvo en algunas regiones (piénsese por ejemplo en la legendaria Navarra) un importante componente carlista, así como la Comunión Tradicionalista fue una de las fuerzas decisivas en el Alzamiento y posterior victoria, no obstante el alejamiento progresivo respecto del régimen de Franco. Alejamiento, sin embargo, no se olvide, del todo distinto del de republicanos, socialistas y comunistas, al estar inspirado en los viejos principios de la Tradición española y no en las ideologías de la modernidad. 

Bien puede entenderse que si el Carlismo hubiese sido un simple pleito dinástico difícilmente hubiera podido sobrevivir más allá de algunos decenios. Su prolongación en el tiempo viene a demostrar, en cambio, que la cuestión legitimista actuó como banderín de enganche de otras motivaciones con las que se fundió en una unidad inextricable.  

II. La continuidad del mundo hispánico anterior a las revoluciones modernas 

En primer lugar, la continuidad venerable de la Tradición común de los Pueblos hispánicos, esparcidos por los cinco continentes. De modo quizá no del todo consciente al inicio, con comprensión cada vez más clara, el Carlismo ha venido a ser la prolongación de un modo de ser que sucesivamente han cancelado el absolutismo, el liberalismo y el socialismo (en ocasiones con idas y vueltas). En este sentido profundo, como la vieja Cristiandad medieval se continuó durante el período de la Casa de Austria en el mundo hispánico, convertido en una suerte de Christianitas minor, el Carlismo ha sido todavía una suerte de reserva de esa Cristiandad menor. El carácter íntimamente popular del Carlismo, tantas veces incomprendido, como otras silenciado, recibe ahí también una de sus explicaciones. 

III. El corpus doctrinal del tradicionalismo 

Todavía más. El pleito dinástico fue además ocasión de que se enfrentaran los defensores del orden natural y cristiano, aun con todas las deformaciones que se quiera, introducidas en buena medida a lo largo del siglo XVIII, a los secuaces de la revolución en sus distintas metamorfosis. Así pues, dio lugar a que se articulara, ya que no una ideología, que es una visión parcial y errónea del mundo, sí un cuerpo de doctrina basado en los principios de la verdadera filosofía y el uso recto de la razón, también por lo mismo en la sabiduría cristiana. Tradicionalismo que en el caso español ha sido siempre purísimo, sin las mistificaciones y errores que en otros lugares ha conocido, y que ha hecho del Carlismo español el movimiento más contrarrevolucionario del mundo, en el sentido de hacer, no una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución, esto es, fundar la sociedad sobre el orden natural y divino, y por lo mismo reconstruir constantemente el tejido social. 

La Tradición es la esperanza 

Hoy, el lema del Carlismo –Dios, Patria, Fueros y Rey Legítimo–, que a algunos pudiera parecer antiguo o superado, sigue siendo en cambio la única Bandera de esperanza para un mundo que se desmorona. Así, frente al nihilismo del sedicente Nuevo Orden mundial globalizado, sólo la instauración de todas las cosas en Cristo, por medio de poderes sometidos al orden ético que la Iglesia custodia, que conjuguen la libertad de los pueblos con la Tradición común de las Patrias, puede dar al mundo la paz.


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