“La Conquista de América no es sino un capítulo del historial mariano. Sin la Virgen la historia del Nuevo Mundo pierde su sentido cabal y auténtico. Es como un libro al que han arrancado, con la portada, los títulos de sus mejores capítulos. Quien no divisa la imagen de Nuestra Señora en el frontispicio de la conquista americana, no ha aprendido a leer todavía las crónicas de Indias.”[1]
La obra de la descubridora y de la Conquistadora comienza en la Rábida. Colón frecuentaba el convento de la Rábida, y en una de las visitas que hizo conoció a fray Antonio Marchena, quien pondrá al Almirante en contacto con las figuras más importantes de la España de aquellos tiempos. Sin embargo, la personalidad de real importancia que Colón visitaba en aquel convento franciscano era la Santísima Virgen María, representada en una bella imagen: “Desde su santuario de la Rábida iluminó María la ruta fantástica de las carabelas, y abrió el camino de Indias a España y al mundo para pasmo y alborozo de los siglos por venir.”[2]
Unas páginas antes, al inicio de sus estudio, nos describía el P. Bruno -citando la obra Colón y la Rábida, de Fray José Coll- las características de la imagen: “De mediana estatura (...), más bien baja que alta, como que sólo mide 54 centímetros de alto y cuatro el pedestal sobre el que descansa. La materia de que está formada es de alabastro, y aunque su escultura presenta reminiscencias de estilo ojival, el gusto de las épocas le ha dado, sin embargo, diversas modificaciones.” Unos párrafos más adelante, luego de contarnos las historias que se fueron tejiendo con respectos a la imagen, acota Bruno: “Nuestra Señora de la Rábida, la de los finos alabastros y peregrinas historietas, está en Palos, allá por los años de 1492, como un faro luminoso que mira al mar océano abriendo a los navegantes los nuevos derroteros de España.”[3]
La devoción de Colón a la Virgen era ferviente. Dice Cayetano Bruno:
“(Colón)
es un hijo fiel de la Iglesia y devoto
apasionado de Nuestra Señora (...)
(...) de Colón dice el cronista Antonio de Herrera en la primera de sus
Décadas, fue muy católico (...) devotísimo de Nuestra Señora (...)
(...) estampó Colón en su Memorial la jaculatoria ‘Iesus cum Maria sit nobis in via; y (...) cambió el nombre de la (nave) capitana por el de Santa María.” [4]
Con respecto al primer viaje de Colón nos narra José María Iraburu:
“La tripulación de la nao Santa María y de las carabelas Pinta y Niña la componen 90 marineros, la mayoría andaluces, algunos vascos y gallegos, y sólo cuatro eran presos en redención de penas. No todos eran angelitos, pero sin dudas eran hombres de fe, gente cristiana, pueblo sencillo. Así, por ejemplo, solían rezar o cantar cada día la Salve Regina, con otras coplas y prosas devotas que contienen alabanzas de Dios y de Nuestra Señora (...).”[5]
La devoción cristiana y mariana se pone de manifiesto también en los nombres que Colón pone a los nombres de las islas descubiertas:
“(...) llamó San Salvador a la primera isla descubierta; y dedicó la segunda a la Virgen -‘a la cual puse el nombre de Isla de Santa María de la Concepción’-, según apunta en su Diario (...).”[6] Un detalle interesante es que “queriendo con la Virgen mostrarse munífico, le ofrendó el primer oro de América que fue a dorar el artesonado del templo de Santa María la Mayor en Roma.”[7]
Acerca del siguiente viaje del gran navegante, agrega el autor:
“Digno de considerar
es el segundo viaje de Colón (...)
Así que descubrió las islas del Mar Caribe ‘por el favor que Dios les
hacía -recuerda Hernando Colón-, cantó la Salve toda la gente en las popas de
los navíos (...)
Fue el canto de la Salve como el prefacio de la nueva perenne letanía con que había de honrar el Almirante a su celestial Patrona.”
Muchas de las islas descubiertas recibieron nombres marianos: Santa María de Guadalupe, Santa María de Montserrat, Santa María la Redonda, Santa María la Antigua...[8]
La devoción mariana del Descubridor fue compartida por los conquistadores del Nuevo Mundo: “Al frente de todos ellos la Conquistadora”[9].
Explica José María Iraburu que “es un falso planteamiento maniqueo (...)
contraponer la bondad de los misioneros con la maldad de los soldados”; ya
unos renglones antes nos había dicho “no
había entonces mucha distancia entre los frailes apóstoles y aquellos soldados
conquistadores”[10].
En la misma línea, nos dice Cayetano Bruno: “(...)
extenso habría de resultar este parágrafo pretencioso sacar a plaza, con
rápidas anotaciones tan sólo, la fe en Nuestra Señora de cuantos españoles
pasaron entonces a Indias (...) conservan muchos de ellos incontaminada en sus
venas la sangre española por lo que a la Virgen Santa María se refiere.”[11]
[1] Bruno, Cayetano. La Virgen
Generala, p. 29.
[2] Ibídem, p. 27.
[3] Ibídem, pp. 15-16.
[4] Ibídem, p. 17.
[5] Iraburu, José María. Hechos de
los Apóstoles de América. Fundación Gratis Date. Pamplona. 1999, p. 17.
[6] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala, p. 20.
[7] Ibídem, p. 24.
[8] Ibídem, pp. 24-25.
[9] Ibídem, p. 29.
[10] Iraburu, José María. Hechos de los Apóstoles de América, p. 92.
[11] Bruno, Cayetano. La Virgen
Generala, p. 39.
Comentarios
Publicar un comentario