Don Juan
Manuel fue el gobernante argentino que combatió en nuestra Patria la acción deletérea
del liberalismo masónico. Señalamos también en varias ocasiones que fue el
principal representante de la contrarrevolución con posterioridad a la
independencia. En definitiva, un Caudillo auténticamente tradicionalista[1]
que supo defender la Argentina histórica frente a quienes, triunfantes luego de
Caseros, desfiguraron y afearon el rostro límpido de la Patria[2].
Enseña el gran filósofo ruso Vladimir Soloviev que las naciones no son lo que ellas piensan de sí en el tiempo, sino lo que Dios piensa de ellas en la Eternidad. Por lo tanto, toda reflexión profunda sobre el Ser de la Patria debe anclarse en el Misterio de la Unidad trinitaria. Y más en el caso de la nuestra, en la que son tantos los signos de la presencia del Señor, sobre todo por intermedio de su Santísima Madre[3]. Luego de la gesta de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires frente a los invasores britanos, y en las que el Caudillo que encabezó aquella gesta se puso bajo el amparo de María[4], se hizo necesario en nuestra América conquistar la soberanía y romper dolorosamente con la Corona de Castilla, para no ser víctimas de los vaivenes de la situación europea. En esa acción jugaron un rol fundamental las fuerzas militares y los jefes que las comandaron, entre los que se destacaron Belgrano y San Martín[5]. Si bien no fueron muchos los momentos de encuentro entre ambos próceres, podemos decir que fue fuerte el vínculo que los unió. Belgrano, sin ser militar de carrera, fue calificado por San Martín como “el más metódico que conoce nuestra América, lleno de integridad y talento; no tendrá los conocimientos de un Moreau o de un Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es lo mejor que tenernos en la América del Sud” (carta a Tomás Guido). Por otra parte, luego de que Belgrano le hace entrega del Ejército del Norte a don José, le escribe aquella carta célebre en la que le recomienda: “He dicho a usted lo bastante (...); añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el ejército se forme; que no deje de implorar a Nuestra Señora de Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no se olvide los escapularios a la tropa (...). Acuérdese usted que es un general cristiano, apostólico, romano; cele usted de que en nada, ni aun en las conversaciones más triviales se falte al respeto de cuanto diga a nuestra Santa Religión; tenga presente no sólo a los generales del pueblo de Israel, sino a los de los gentiles y al gran Julio César que jamás dejó de invocar a los dioses inmortales, y por sus victorias en Roma se decretaban rogativas.” No olvidemos que el general Belgrano salvó a las armas de la Patria durante los primeros años de la Guerra independentista en las célebres batallas de Tucumán y Salta, en las que encomendó su empresa al auxilio de la Virgen de la Merced[6]. Por su parte, San Martín consumó la obra de la Independencia, luego de la declaración de la misma en San Miguel del Tucumán, encomendando la epopeya de los Andes a la Virgen del Carmen[7].
Cumplida su misión, y viviendo en el destierro, encontramos que un nuevo vínculo se establece en la vida del Libertador. Es con el Restaurador. San Martín ve en Rosas el consumador de la obra independentista que él iniciara[8]. Han sido varios los historiadores revisionistas que han estudiado el vínculo que se estableció entre ambos próceres. A Jordán Bruno Genta le ha correspondido el mérito de escribir un pequeño opúsculo en el que nos presenta a Rosas no sólo como el consumador de la obra independentista de San Martín, sino como el realizador de su “doctrina política”. En efecto, muchos sostienen que el Libertador apoyó al Restaurador por la defensa que éste hizo de la soberanía nacional, pero que fue crítico de la política interna que llevó adelante don Juan Manuel. Por el contrario, Genta demuestra que San Martín anticipó y apoyó la Dictadura de Rosas. Extraeremos a continuación algunos de los párrafos de la pequeña, pero profunda, obra de Genta:
“San Martín es un soldado a la española, forjado en la dura disciplina de los tercios imperiales y con el temple de veinte años de vida peligrosa (...) En la hora de la crisis de la Metrópoli, acude al terruño para servir a la regeneración política de su pueblo y fundar una Patria en soberanía. Después, la prueba del largo destierro, más severa que la muerte para el glorioso soldado; su reclamo de la Dictadura para salvar a la Patria anarquizada; su apoyo moral y su colaboración decisiva a la Política de Rosas que mantiene hasta su muerte en el año 1850, fiel a la consigna de la Independencia: Patriotismo sobre todo (...)
San Martín sabe después de su experiencia americana de la política y a la vista de los acontecimientos europeos, que la Patria no es la Democracia; y que no nace suscribiendo un contrato ante escribano público ni por el ejercicio pleno del sufragio universal. El Libertador sabe que surge de sus manos en la forma de un Ejército y que se la merece en una justa guerra: el Ejército de los Andes es la Patria misma en su primera existencia, la certidumbre de su ser y el ingreso en la Historia Universal.
San Martín no solo aprueba la dictadura de Rosas, sino que anticipa su llegada como solución prudencial del problema político y el único medio de salvar la República. Más todavía, un año antes de que Rosas sea investido con la suma del poder público, San Martín expone la doctrina de la Dictadura y hasta indica quien va a asumir el gobierno absoluto. En su extensa y poco conocida carta a su amigo D. Tomás Guido, fechada el París, el 1° de febrero de 1834 (...), dice:
‘(...) A esto se me dirá que el que tenga más ascendiente en la campaña
será el verdadero jefe del Estado (...) Hasta que no vea establecido un
gobierno que los demagogos llamen Tirano y me proteja contra los bienes que me
brinda la actual libertad (...)
(...) el hombre que establezca el orden en nuestra Patria: sean cuales
sean los medios que para ello emplee, es el solo que merecerá el noble título
de su libertador.’
Todo comentario huelga (...) Ya hemos comentado el proceso de sus ideas
políticas a partir del años 1825, así como su firme convicción de que los
principales responsables de ese desorden son los liberales (...)
A
fines del año 1835 -desde hace nueve meses Rosas gobierna según su ciencia y
conciencia- en carta a Guido (...) le recuerda que:
‘Hace cerca de dos años escribí a Ud. que yo no encontraba otro arbitrio
para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada
tierra que el establecimiento de un Gobierno fuerte o más claro, Absoluto, que
enseñase a nuestros compatriotas a obedecer (...) 25 años en busca de una
libertad que no solo no ha existido sino que en este largo período de opresión,
la inseguridad individual, la destrucción de fortunas, Desenfreno, Venalidad,
Corrupción y Guerra Civil han sido el fruto que la Patria ha recogido después
de tantos sacrificios (...)’
Y
un año después, el 26 de octubre de 1836, le escribe nuevamente a Guido (...):
‘...Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria. Desengañémonos,
nuestros Países no puede (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que
por gobiernos vigorosos, más claro, Despóticos (...)
He
aquí la definición política de San Martín, clara, precisa, terminante, como
todos los actos de su vida. Un soldado no habla, no puede hablar de otro modo;
llama a las cosas por su verdadero nombre y no se cuida de los tribunos de la
plebe ni de los doctores de la Democracia. Le repugna el lenguaje de la
‘serpiente sagrada’ y su repertorio de las grandes palabras vacías, las
palabras envolventes como caricias que los demagogos dejan caer sobre la
estúpida multitud y sobre el entusiasmo fácil de la juventud. El viejo soldado
de la independencia ya no se engaña con las huecas abstracciones ni con las
generalizaciones vagas y remotas de la realidad concreta (...)
Sabe que detrás del velo de esa retórica ‘sentimentosa’ y falaz acechan
las pasiones más bajas y serviles, un gran resentimiento plebeyo en contra de
toda excelencia divina y humana, en
contra de toda legítima superioridad.
San Martín no expone la doctrina de la Dictadura como una solución
política de validez general (...) La política se rige por la razón prudencial
(...) en vista del Bien Común (...)
Frente a la piedra libre de las abstracciones democráticas y a la
extensión del desorden y de la arbitrariedad que precipitan a su Patria en la
servidumbre irremediable, San Martín reclama una solución reaccionaria y
autoritaria (...)
San Martín no ha tenido aun contacto directo con Rosas, cuando expone su
doctrina del gobierno absoluto y señala al Comandante de la Campaña como el
futuro Dictador. Recién en 1838 y con motivo del primer bloqueo francés, se
inicia una correspondencia histórica entre los dos grandes argentinos que se
mantiene hasta la muerte de San Martín en 1850 (...)
Creemos haber probado suficientemente que Rosas es el verdadero
continuador de la obra histórica de San Martín: la tarea cumplida por el
Restaurador es el complemento necesario de la que inicia el Libertador de la
Patria (...)
San Martín y Rosas son dos patriotas cabales (...) No son hombres del pueblo, sino las más altas jerarquías humanas en el pueblo argentino, en cuyo espejo debe mirarse eternamente para ser un verdadero pueblo y no una plebe servil, sin ideales y sin grandeza.”[9]
Hasta aquí Genta. Como conclusión de todo lo desarrollado en este apartado podemos decir que la Argentina histórica se fundamentó sobre la Unidad trinitaria, ya que en nombre de la Trinidad se fundó su ciudad capital -desde la que el Restaurador impuso la unidad nacional -; fue guardada bajo el manto maternal de María -Generala de sus Ejércitos, aquéllos que le dieron soberanía-; fue conducida a su destino por jefes y héroes de la talla de Liniers, Belgrano, San Martín y Rosas; a quienes acompañó una tropa fiel que regó con su sangre innumerables campos de batalla; y protegida por los santos protectores -aquellos bajo cuyo patrocinio se fundaron tantas ciudades de nuestro interior; como también recorrida en misión por otros santos vivientes -San Francisco Solano, Mamá Antula, el Cura Brochero-; santos -unos y otros- que desde su presencia delante del Trono Celestial siguen intercediendo por esta tierra. La Argentina real ha representado una avanzada imperial del Occidente cristiano en el sur del Continente americano.
A partir de 1853, tras la caída
de Rosas en Caseros, se va implantando una “nueva” Argentina, de rostro muy
distinto a la anterior. En 1853 se sanciona la Constitución inspirada en las
Bases de Alberdi, primer paso para el triunfo del Liberalismo en nuestro país[10],
que estableció el indiferentismo religioso y la apertura indiscriminada al
capital extranjero. Los ideales de Libertad, Democracia, Comercio y Progreso, tan caros a los sectores liberales y unitarios,
comenzaron a estar fuertemente presentes en la semántica del período. En 1882 el Liberalismo dio un segundo paso, muy importante, imponiendo
el Laicismo escolar, tomando como modelo lo que ocurría en ese momento en la
Tercera República Francesa, por medio del cual se vehiculizó en la educación la
visión del mundo de la Masonería. En 1912 el dogma de la Soberanía Popular
obtiene un gran triunfo con la aprobación de la Ley Sáenz Peña. En 1918, se
subvertirá el ámbito académico de la Patria con la Reforma Universitaria. El
liberalismo abandonó la vocación imperial de la Argentina histórica para
convertir a una Patria mutilada en furgón de cola de los grandes emporios
mercantiles de finales del 1800. De avanzada de un Imperio a anexo de emporio.
[1] Aunque corramos el riesgo de ser reiterativos, nunca estará de más
volver sobre el sentido del término “tradicionalismo”.
A veces, en nuestro país se piensa que ser tradicionalista es vestirse de
gaucho, tocar una guitarra o recitar de memoria el “Martín Fierro”. Todo esto podrá ser parte del folklore que
identifica a nuestra nación, y tendrá por tanto un vínculo con la Tradición.
Pero el auténtico tradicionalista aspira a algo mucho más esencial. Su
inquietud fundamental es recuperar la sabia profunda que dio sustancia a
nuestra Patria. Los fundamentos de la misma fueron establecidos por la acción
civilizadora y evangelizadora de España. Los hijos de Hispania continuaron en nuestras tierras la fecunda labor cultural
desarrollada durante los siglos de la Cristiandad -civilización heredera de la
grecolatina y elevada al Orden de la Gracia por la acción sacramental de la
Iglesia Católica-. El tradicionalista auténtico busca, por tanto, recuperar esa
cultura áurea, contemplar con admiración su riqueza, saborear su exquisitez,
difundir sus grandes valores, dar a conocer la sabiduría que contiene, mostrar
sus bellísimas manifestaciones artísticas...
[2] “No es posible el buen amor a la Patria ni una política de la Verdad, sin una historia verdadera. A partir de Caseros, la Masonería -‘Sinagoga de Satanás’- desplaza progresivamente a la Iglesia Católica del centro de la Ciudad y va imprimiendo el carácter de la Argentina oficial. Conforme a su ideología liberal, laicista, naturalista, se ha falsificado enteramente la Historia Patria con su línea Mayo-Caseros que inicia la Leyenda Negra acerca de España y de su obra en América; sigue con una interpretación jacobina, democrática de la Revolución de Mayo; y con el planteo de la Independencia Nacional como una ruptura con el pasado católico e hispánico que pretende restablecer la siniestra tiranía de Rosas. La victoria de Caseros sería la liberación definitiva de la Barbarie y la ruta segura de la Civilización y del Progreso, de la Libertad y de la Democracia.” (Genta, Jordán Bruno. Guerra Contrarrevolucionaria. Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino. Dictio. Buenos Aires. 1976, pp. 466-467.)
[3] Uno de quienes más ha indagado en este aspecto de la historia nacional ha sido el Padre Cayetano Bruno. Podríamos citar muchísimo de este autor, pero nos alcanza con hacer referencia a su excelente trabajo fundado en una ardua investigación: La Virgen Generala. Ediciones Didascalia. Rosario. 1994. (Hay una primera edición de 1954). En esta obra el autor vuelca todo su amor a la Santísima Virgen y a la Patria, y demuestra cómo ambos amores están indisolublemente unidos. Señala que a través de su escrito se ha propuesto acometer una “tarea por demás dificultosa, tanto y más al proponerme hermanar asuntos al parecer incompatibles: la Virgen, compendio de ternura maternal, música divina, sonrisa del cielo, y el fragor de las armas y el restallar de pasiones encrespadas y violentas en los campos de batalla” (p. 9).
[4] “(...) el domingo 1° de julio
(de 1806), Liniers toma una decisión irrevocable. Irá a Montevideo a concertar
con el gobernador de aquella plaza, general D. Ruiz Huidobro, la reconquista de
la Ciudad de Buenos Aires. Y esta decisión la toma en la iglesia de Santo
Domingo, mientras asiste a Misa, a los pies de Nuestra Señora del Rosario, a
quien hace voto solemne de entregarle los trofeos de la victoria que ha de
lograr (...).” (Bruno, C. La Virgen
Generala, p. 140).
[5] Es cierto que paralelamente
los agentes de la disolución ya hacían planes para encaminar a la Patria
naciente hacia el caos liberal (ver el artículo: “De la
Anarquía al Orden”, en el presente Blog).
[6] “Dos días después (de la
batalla de Tucumán) publicó Belgrano una proclama para los pueblos del Perú. A
través de toda ella se transparentaba su alma. Reconoce, ya al comienzo, la
intervención de la Virgen en la acción del 24: ‘El ejército del grande Abascal
al mando de D. Pío Tristán -expresa- ha sido completamente batido el 24 del
corriente, día de Nuestra Madre y Señora de las Mercedes, bajo cuya protección
se puso el de mi mando’. (...)
La procesión celebrada (un mes después) en
(...) la fiesta de los santos patronos de Tucumán, tuvo un excelente cronista:
el general José María Paz (...)
Paz, fino sicólogo, se sintió vivamente
impresionado, según él mismo hubo de manifestarlo: ‘No necesito pintar la
compunción y los sentimientos de religiosa piedad que se dejaban traslucir en
los semblantes de aquel devoto vecindario (...)’
A todo esto la procesión desembocaba en el
campo de las Carreras. De propósito Belgrano había dispuesto el recorrido para
lo que meditaba realizar.
Entonces ‘los sentimientos tomaron mayor
intensidad’. Y se comprende: La Virgen paseaba a la sazón por el campo de sus
proezas guerreras. Y había querido Ella que estuviesen presentes todos sus
hijos (...)
Sigue Paz con su narración:
‘Repentinamente el General deja su puesto, y se dirige solo hacia las andas en donde era conducida la imagen de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar la causa de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el General, quien haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano, y lo acomoda por el cordón, en las de la imagen de Mercedes. Hecho esto, vuelven los conductores a levantar las andas, y la procesión continúa majestuosamente su carrera’.” (Ibídem, pp. 218-229)
[7] “La proclamación de la Virgen
del Carmen como Patrona de los Andes tuvo su historiador y cronista en un
testigo ocular, el general Jerónimo Espejo, soldado entonces del Ejército (...)
El acto debía tener carácter oficial, y
juntar a la proclamación y jura de la Patrona, la bendición y jura de la
bandera que el ejército pasearía victoriosa por los campos y ciudades de Chile
y Perú.
También el origen de la bandera de los
Andes guarda íntimo enlace con la piedad del Libertador.
Había solicitado éste de las ‘Patricias
Mendocinas’ el susodicho pendón como regalo de Reyes de su ejército. Laureana
Ferrari de Olazábal, una de las hacendosas damas patriotas, recordaría después:
´Por fin -así concluye su Memoria- a las
dos de la mañana del día 5 de enero de 1817, Remedios de Escalada de San
Martín, Dolores Prat de Huici, Margarita Corvalán, Mercedes Álvarez y yo
estábamos arrodilladas ante el crucifijo de nuestro oratorio, dando gracias a
Dios por haber terminado nuestra obra y pidiéndole bendijera aquella enseña de
nuestra Patria, para que siempre le acompañara a la victoria.’
Gobernador Intendente de Mendoza era, por
aquel entonces, el coronel D. Toribio de Luzuriaga. A él se dirigió el
Libertador con fecha 1° de enero de 1817:
‘El domingo 5 del corriente se celebra en la Iglesia
Matriz, la jura solemne de la Patrona del ejército y bendición de nuestra
bandera. V (uestra) S (eñoría) al frente de la muy ilustre Municipalidad,
Corporaciones, Prelados y Jefes militares y políticos de esta Capital, se
servirá solemnizar la función con su asistencia, en que el ejército y yo
recibiremos honra. Principiará (la función) a las cinco de la mañana’. (...)
Amaneció radiante el 5 de enero de 1817
(...)
El ejército, así que hubo llegado a la
Iglesia Matriz, ‘desplegó su línea cubriendo los cuatro costados de la plaza y
parte de una de sus avenidas’. Era de ver el porte marcial de aquellos varones
predestinados para la inmortalidad. Damián Hudson pondera, como extasiado, ‘el
grandioso, imponente espectáculo que allí presentaba el nuevo ejército de la
República, creado, organizado, disciplinado y equipado en poco más de un año’.
Llevaban todos los soldados el escapulario
de Nuestra Señora del Carmen, según el testimonio de doña Manuela Guiñazú de
Encinas (...)
La procesión entró solemnemente en la
Iglesia Matriz. Situada la imagen en un trono junto al altar, colocáronse el
general San Martín y su comitiva a la derecha del mismo. ‘En un sitial cubierto
con un tapete de damasco estaba doblada la bandera sobre una bandeja de plata’’
(...)
Tan pronto como se presentaron, después de
tercia, los ministros del altar para la Misa solemne, levantóse San Martín de
su asiento ‘y, subiendo al presbiterio, acompañado de los edecanes, tomó la
bandeja con la bandera y la presentó al preste. Este la bendijo en la forma de
ritual, bendiciendo también el bastón del General, que era un hermoso
palisandro, con puño de un topacio como de dos pulgadas de tamaño.’ (...)
Mientras se realizaba esta ceremonia dentro
de la Iglesia y el General aseguraba en el asta la bandera, afuera la
artillería atronaba los aires con una salva de veintiún cañonazos (...)
Acallados los aplausos y las aclamaciones,
y concluido que hubieron los instrumentos sus sones marciales, el General,
tomando la bandera ‘en su diestra, y avanzando hasta las gradas del atrio,
presentándose al pueblo y al ejército en esa actitud digna, marcial, tan
esencialmente característica de su gallarda persona, con voz sonora, vibrante’,
se dirigió a la tropa:
‘¡Soldados: Esta es la primera bandera que se ha levantado en América! La batió por tres veces, (y) cuando las tropas y el pueblo respondían con un ¡Viva la Patria!, rompieron dianas las bandas de música, de cajas y clarines, y la artillería hizo otra salva de veinticinco cañonazos.” (Ibídem, pp. 293-300)
[8] San Martín nunca dejó, desde el exilio, de estar atento a lo que ocurría en su Patria. Su correspondencia así lo acredita. Dice Estela Arroyo de Saénz, acerca de la vida del Libertador en Europa:
“Sigue a pesar de la distancia, todos los acontecimientos de su amada
patria en una correspondencia bastante abundante. Y una vez más la nobleza de
su corazón cristiano le hace escribir a Guido: ‘no soy dueño de olvidar
injurias, eso es cuestión de memoria, pero al menos sé perdonarlas; porque eso
depende del corazón: gozo de una paz que doce años de revolución me hacían
desear. (...)
(...) su yerno nos ha dejado estas
palabras para retratarlo: ‘Aún cuando dicen que nadie es grande para su ayuda
de cámara, el General San Martín es una excepción a la regla. Cuan más
íntimamente se le conocía, mayor admiración y respeto inspiraban la rigidez de
sus principios, la afabilidad y sencillez de su trato y su virtud cristiana’.
En esa época su gran amigo es el abate Bertin, que probablemente fue su confesor; en sus conversaciones siempre recomendaba el respeto a la moral, buenas costumbres y tradiciones: se lamentaba de los reformadores con el pretexto de corregir abusos, trastornaban en un día el estado político y religioso del país.” (El secreto de San Martín. Ediciones Gladius y Narnia. Mendoza. 1993, pp. 72-73.)
[9] Genta, Jordán B. San Martín. Doctrinario de la política de Rosas. Ediciones del Restaurador. Buenos Aires. 1950, pp. 12-28.
[10] “Urquiza
cumplió bien con sus mandantes. La Constitución era el instrumento legal de la
servidumbre colonial (...) El liberalismo religioso y la abierta heterodoxia
del texto constitucional acentuaron las divisiones de los congresales, algunos
de los cuales, no sólo se opusieron vivamente sino que se retiraron del
Congreso (como los Padres Pérez y Centeno). Fue necesario un golpe de fuerza
parlamentario -el 23 de febrero de 1853- para aprobar fraudulentamente los
artículos que trataban las cuestiones religiosas.” (Caponnetto, A. Del ‘Proceso’ a De La Rúa. Una mirada nacionalista a 25 años de
historia argentina. 1975.1986, pp.94-95).
Comentarios
Publicar un comentario