LA REINA DE LA ARGENTINA

Escribe Aníbal Fosbery: “La presencia de la Virgen tiene que ayudarnos a leer la historia de nuestras patrias, porque hay un designio de Dios evidente, una protección especial de la Virgen. (...)

     Un domingo común la basílica de Luján está llena de fieles.”

     Es justamente Luján el lugar elegido por María para ejercer desde allí su Señorío sobre nuestras tierras, como lo muestran estos versos preciosos:

 

“Virgencita de Luján,

Virgen gaucha de los llanos,

en cuyas benditas manos

halla su paz nuestro afán.

 

Virgencita que perdura

con su bella tradición,

la bondad y la emoción

de una infinita ternura.

 

Desde los remotos años

de aquel mil seiscientos treinta

tu poder allí se asienta

para librarnos de daños.

 

Hacia el Norte eras llevada,

dicen que para Sumampa.

Tú preferiste en la pampa

la soledad despiadada.

 

(...) 

 

Con música de guitarras

y con fervor de oraciones,

libran los negros rincones

de demoníacas garras.

 

Y se encienden las hogueras

de fraterno crepitar,

como ansiado renovar

la fe en las almas sinceras.

 

(...)

 

Esa carreta en que va

la Virgen Inmaculada,

parece al suelo clavada

y sin moverse allí está.

 

(...)

 

Hasta que al fin convencidos

del milagro en la ocasión,

admiten su decisión

y se sienten conmovidos.

 

Ese negrito Manuel

con la imagen queda allí:

y lo da todo de sí,

alegre, devoto y fiel.

 

(...)

 

Con don Rosendo propaga

del milagro la noticia:

se convierten en milicia

de una luz que no se apaga.

 

(...)

 

Una ermita hay que erigirle

a la Celeste Señora,

piensa don Rosendo ahora

y la ermita va a surgir.

 

(...)

 

Milagros innumerables

jalonan su bella historia,

guardados en la memoria

de los hechos memorables.

 

Salvaste a cientos y cientos

de recias cautividades,

de tristes enfermedades

y peligrosos momentos.

 

Así aquel bien recordado

Juan de Lezica, el primero

que un santuario verdadero

a la Virgen ha legado.

 

Así el padre misionero

que Salvaire fue llamado

y por la Virgen salvado

del cautiverio más fiero.

 

Los trabajos comenzó

del templo que hoy admiramos:

su nombre aquí recordamos,

porque bien lo mereció.

 

(...)

 

Virgen de Luján, Señora,

Virgen gaucha de esta tierra,

a cuya bondad se aferra

la ansiedad de nuestra hora.

 

Rogamos tu intercesión

en el diario acontecer,

para poder merecer

del Señor la bendición.

 

Eres consuelo, esperanza,

refugio, amparo, ternura,

eres la eterna dulzura

que con la oración se alcanza.

 

Tú eres la luz verdadera

que cielo y tierra ilumina,

de nuestra Patria Argentina

y de la América entera.”[1]

 

     Repasemos un poco de la historia, harto conocida, de la preciosa imagen de Luján, las características y algunas particularidades de la misma.

    “En el año 1630 llegaron al Río de la Plata dos imágenes de la Virgen respondiendo a un pedido que le hiciera don Antonio Farías de Saa a un amigo suyo residente en Brasil. Nunca se supo el porqué del doble envío ya que el señor Farías solicitaba solo una imagen para el oratorio de su hacienda sita en el Tucumán.”

     Luego del conocido milagro de la carreta, por el que la imagen se “quiso quedar” en esos parajes, “fue llevada primero al rancho de un criollo, don Rosendo de Oramas donde permaneció 41 años siendo muy visitada por los fieles del lugar. Luego doña Ana de Mattos construyó una capilla en la que se entronizó la imagen hasta que en 1765 se comenzó la construcción del actual santuario. Habíase difundido mucho la devoción a causa de su fama milagrera.”[2]

     Sin embargo, el gran promotor y difusor de la devoción a la Virgen de Luján en nuestra Patria será, ya a finales del siglo XIX, el Padre Jorge María Salvaire. El padre Salvaire nació en el sur de Francia en 1847. Sacerdote de la Congregación de San Vicente de Paúl, llegó en misión a nuestras tierras en el año 1871. Juan Antonio Presas estudió su vida y el impulso que dio a la devoción mariana en Argentina, tras una promesa que le hizo a la Madre de Luján en medio de una situación extremadamente riesgosa vivida entre los indios de Namuncurá. El autor recoge el testimonio del protagonista a partir del diario que éste escribiera:

     “Domingo 31 de octubre. Pasamos la noche tranquila. Cada vez que me despertaba, me cercioraba de que todo estuviera en orden. Desde la madrugada vino mucha gente de los toldos, amontonándose a nuestro alrededor. Nuevamente tuvimos que sufrir las impertinencias de los indios, ahora de indios borrachos.

     De pronto se me acercó a un capitanejo y me entregó una esquela del cacique Namncurá. Anunciaba su inminente llegada. A la media hora, más o menos, se vino hacia donde estábamos una polvareda y un tropel de jinetes (...) ¡Cinco horas parlamentando a campo raso, a pleno sol! ¿Qué podía esperar de esta asamblea? El saludo de Namuncurá fue correcto, aunque no efusivo. (...) La concurrencia de jefes fue numerosa. Sus lanzas estaban en el círculo exterior y sus caballos atados a las mismas.

     (...) El primer tema a tratar versaba sobre mi persona y los motivos del viaje (...) Criticó desde mi talar hasta mi coronilla clerical y despertó una ola de sentimientos hostiles (...).

     Entonces se armó un tumulto tremendo. (...) ¡Dios mío! Empecé a temblar de angustia y también por mi destino, al oír los gritos de muerte de la indiada. Me encomendé a Dios y entonces prometí bajo promesa o voto formal a Nuestra Señora de Luján de escribir su historia, propagar su culto y levantarle un templo digno de su gloria, si me sacaba con vida de esos forajidos. No bien hube expresado ese juramento, me invadió una gran paz.”[3]

     Presas continúa el relato con el testimonio de Pastor Obligado, quien conocía de labios de Salvaire el relato de cómo se salvó en aquella ocasión:

     “En aquel momento, un joven indio llegaba al campamento. Se acercó al sacerdote, lo miró y con un movimiento rápido arrojándole su poncho sobre la cabeza le gritó: ‘Cúbrete, cristiano’. El poncho había caído sobre él y su pesado tejido le pareció una coraza que venía a protegerle. Frente al Cacique el joven abogó calurosamente. Y el Cacique dio una señal. El joven se acercó al misionero y quitándole el poncho le dijo: ‘Levántate, hermano, estás salvado’.”[4]

     Desde aquel momento la publicación de la Historia de la Virgen de Luján, la Coronación Pontificia de su imagen y la creación de la Basílica, fueron los grandes objetivos en la vida de Salvaire.

     Para llevar adelante el primer objetivo comienza una recopilación paciente de fuentes orales y escritas, consulta los archivos del Cabildo metropolitano, recorre bibliotecas públicas y privadas. No siempre fue comprendido, incluso los superiores de su Congregación, que no entendían la misión que la Providencia le asignaba, varias veces le pusieron obstáculos. Pero todas las pruebas sirvieron para acrisolar su amor a la Madre de Luján y para poner mayor empeño en sus nobles objetivos.

     “A fines del año 1885 salió a la luz la historia de Nuestra Señora de Luján, impresa en Buenos Aires por Pablo E. Coni y engalanada con láminas y viñetas alusivas por el acreditado grabador H. C. Woodwell. Era verdaderamente el triunfo de amor y agradecimiento que Salvaire soñara para María Santísima. (...)

     El Excmo. Arzobispo de Buenos Aires, Dr. Federico Aneiros, escribió al autor en los siguientes términos: ‘La hermosa historia que acabáis de publicar viene a llenar debidamente el deseo del público; es ella tan completa y ordenada que satisface plenamente las ansias de la más tierna devoción y de la más legítima curiosidad; y por ello sois benemérito hijo de María, no menos que de vuestra ilustre Congregación, que no en vano, fue elegida para cuidar del Santuario de Luján. (...)

     Escribía así el ilustre historiador Guillermo Furlong en 1943: ‘La historia de Nuestra Señora de Luján del Padre Jorge María Salvaire se levanta incomensurable sobre todas las de su género, aparecidas a fines del pasado siglo. Nada tiene que ver la Historia de Nuestra Señora de Luján con los libros de esa índole, aparecidos con anterioridad a 1885, ninguno de esa índole hasta entonces acá la ha superado en sentido crítico’.”[5]

     En la dedicatoria de su libro, Salvaire vuelca toda la ternura de su amor hacia la Madre de Luján: “Este libro es vuestro bajo todo concepto. Vuestro, por la materia de que trata; vuestro, porque Vos fuisteis su inspiradora; vuestro, porque os pertenece irrevocablemente el que lo escribió; vuestro, porque Vos misma allanasteis de un modo indecible las dificultades que se oponían a su elaboración; vuestro, por fin, Señora, porque con vuestra dulcísima bendición, irá por muchos hogares solicitando y granjeándoos nuevos admiradores, nuevos devotos, esto es nuevos hijos amantes...Dignaos, dulce Madre mía, bendecir este libro, en cada una de cuyas páginas, mi amor filial grabó cariñosamente vuestro risueño nombre...Que él sea para mí, la prenda de vuestra particular protección como él es el testimonio de mi inquebrantable amor hacia vos.”[6]  

     Logrado el primer objetivo, escribir una historia de la Virgen de Luján, fidedigna y bien documentada, Salvaire debía dar el siguiente paso: lograr la Coronación Pontificia de la Sagrada Imagen. Juan Presas también nos describe aquellos intensos momentos vividos por el Padre Salvaire:

     “El Dr. Aneiros aprobó el proyecto, lo hizo suyo y así lo comunicó oficialmente al Padre. Los Obispos todos de la República del Plata se adhirieron (...) y escogieron al Padre Salvaire con voto unánime para que como portavoz y comisionado del Episcopado Rioplatense, se trasladara a Roma y expusiera al Santo Padre el pedido de la Coronación (...).

     Semejante misión fue muy halagüeña para Salvaire, y se acrecentó sobremanera cuando al tratarse de la confección de la corona las damas de la sociedad de Buenos Aires donaron sus joyas para ese noble destino.

     Salvaire se embarcó para Europa a fines de abril o a principios de mayo de 1886 y en París su primer empeño fue llamar a concurso para idear la más bellísima forma de la corona (...) y la mandó labrar a un afamado artífice de la Casa ‘Poussielgue Roussand’.

     Mientras se fabricaba la corona, recorrió las principales Basílicas y Templos Europeos. Regresó a París  (...); y lleno de gozo y alegría (con la corona ya terminada) partió Salvaire para Roma con el libro de la Historia de la Virgen y la corona y se presentó al Sumo Pontífice, León XIII.

     Dejemos aquí que nos cuente el mismo Salvaire la entrevista, pues su relato además de ser un documento oficial que va dirigido al Sr. Arzobispo de Buenos Aires, retrata de maravilla el alma piadosa y noble de Salvaire:

     ‘Era el día jueves, 30 de setiembre de 1886. Había llegado el gran momento para mí. Hice con el mayor respeto y convicción las tres genuflexiones determinadas por el ceremonial de las recepciones papales y luego besé con suma veneración el pie del Vicario de Jesucristo.

     (...)

     Ofrecí entonces al Santo Padre el ejemplar ricamente encuadernado de la Historia, en tres volúmenes, que le tenía reservado, y Su Santidad, tomando uno, considerólo hojeándolo un momento.

    Mientras tanto, dije al Sumo Pontífice:

     -Santo Padre, este Santuario de Luján es el único de América que haya sido honrado con la visita del glorioso antecesor de Vuestra Santidad, el inmortal Pío IX.

     (...)

     -¿Y qué favores quiere usted que yo conceda a ese célebre Santuario de Luján?

     -Santísimo Padre, el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Buenos Aires y los demás obispos de la República Argentina y también del Uruguay y el del Paraguay, suplican, en primer lugar a Su Santidad, se digne bendecir personalmente esta corona de oro destinada a la antigua y milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Luján.

     (...)

     -¡Oh! ¡Sí, sí...esta corona de oro para la Santísima Virgen!...Aquí la tengo esta corona...la toco con mis manos...y es mi intención formal, es mi voluntad, que sea bendecida...-y levantando sus ojos al cielo, después de un momento de silencio, exclamó: -y yo la bendigo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

     -¡Amén!- contesté desde lo más íntimo de mi corazón.

     (...)

     -Ahora bien, -añadió Su Santidad, entregándome la corona- esta corona ya está bendecida: y yo le encargo a usted que, en mi nombre y en mi lugar, la ponga sobre la cabeza de la Santa Imagen de Luján.

     -¡Ah! Santísimo Padre, -dije yo- agradezco infinitamente tanto honor, pero ello es demasiado para mí, y permítame Vuestra Santidad suplicarle se digne delegar al Excelentísimo Señor Arzobispo de Buenos Aires, para que por autoridad de Vuestra Santidad, corone solemnemente la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de Luján.

     -Tiene usted razón, hijo mío (...) pero para ello, sería necesario un Breve, y en este tiempo está cerrada la secretaría de Breves.

     -Santísimo Padre, -díjole entonces Monseñor Della Volpe- hay todavía un día; solamente mañana se cierra la secretaría de los Breves.

     -Entonces -replicó el Santo Padre- presto, presto (...).

     -Mil gracias, Santísimo Padre -dije yo entonces, lleno de indecible emoción, y sintiendo las lágrimas agolparse a mis ojos, al considerar que tenía ya conseguido lo más importante de mi comisión, y al ver realizados mis más constantes anhelos:                    -Empero no es esto todo, Santísimo Padre, y tengo aún que implorar de la bondad paternal de V. Santidad, siempre en nombre de los mencionados Prelados, nuevos favores.

     -Muy bien, hijo mío, y ¿qué favores son éstos?

     -Los mismos Prelados solicitan de V. Santidad la institución de una fiesta solemne de la Santísima Virgen de Luján (...).

     -Con mucho gusto, hijo mío. Y ¿qué más?

     -Solicito aún, Santísimo Padre, de la generosa condescendencia de Vuestra Santidad, la Bendición Papal, para que sea otorgada a los fieles en el Santuario de Luján.

     -También, también, con tanto gusto...pero es preciso que Usted se dirija para regularizar y documentar todo esto a la Sagrada Congregación de Indulgencias, y pida Usted además allí mismo todos los demás favores espirituales que juzgue a bien para ese Santuario, que yo de mi parte, muy complacidamente, todo, todo lo concedo.

     (...)

     Postré entonces la frente contra el suelo; acerqué mis labios trémulos con la emoción más profunda al pie sagrado de León XIII, y me parecía que no podía arrancarme de aquel sitio bendito.”[7]

     Por fin llegó el día solemne de la Coronación Pontificia de la Sagrada Imagen de Nuestra Madre de Luján, Reina de la Patria:

     “Se fija la fecha en que ha de procederse a la coronación de la Santa Imagen de Luján y será el domingo 8 de mayo de 1887. La ejecución del programa de las fiestas queda confiada a la hábil dirección del P. Salvaire por voto unánime.

    El acontecimiento revistió proporciones no imaginadas. Las manifestaciones de fe se volcaron desde los cuatro puntos cardinales de la República. Luján desbordó de alegría y entusiasmo. Por doquier flotan las banderas pontificias hermanadas con los colores de la Patria. La plaza de la Villa adornada profusamente con banderas y gallardetes, y de las ramas de los árboles penden faroles de todos los colores, y de los balcones de las casas cuelgan ricos y preciosos tendidos. El frente del Santuario engalanado con cenefas y escudos con leyendas alusivas al acontecimiento y el interior del templo reluce con luces y flores, con damascos y sedas, con banderas y estandartes. La imagen de la Virgen venerada ocupa un magnífico nicho de bronce dorado, primorosamente labrado en París. El decorado del altar realzado por el oro y la grana simbolizaba el trono de una Emperatriz.

     (...)

    Es un día espléndido de brillante sol. Junto al Santuario se organiza la procesión de ceremonias. Deja la Santa Imagen su camarín. El Cabildo Metropolitano, los Obispos de la Provincia Eclesiástica, el clero secular y regular, autoridades civiles, instituciones, estantes y habitantes, todos acompañan a la Venerada Imagen. Ocho sacerdotes revestidos de ricas casullas, llevan las andas de la Virgen. Las bandas militares tocan piezas marciales. Los caballeros de la Virgen montados en bravos corceles. Una grandiosa orquesta al pie del estrado de la Coronación. Muchos de los presentes comentan que fue emocionante el momento de la Consagración.

      Terminada la Misa en medio de un solemne recogimiento, comienza la ceremonia de la solemne Coronación. El Sr. Arzobispo tocado con la mitra y el báculo pastoral en la mano, escoltado por los Obispos presentes y los Vicarios Capitulares, se acerca al altar donde se yergue la Santa Imagen. Sube luego el Arzobispo a la tarima en que está el nicho de la Virgen. Un acólito lo precede y también un sacerdote que lleva la corona. Fácil es reconocer el él al Padre Salvaire, a quien la multitud contempla emocionada. Ya está el Sr. Arzobispo, Delegado Papal, en presencia de la Imagen; la saluda reverente y agita tres veces el incensario. Después toma respetuosamente la corona y, en nombre y representación de la Augusta persona de Su Santidad, la coloca en la cabeza de la Milagrosa Nuestra Señora de Luján, al tiempo que dice: ‘Así como nosotros te coronamos en la tierra por nuestras manos, merezcamos también nosotros ser coronados un día por Cristo con gloria y honor en los cielos’. En ese momento -dice un testigo presencial- a indicación del P. Salvaire, todas las bandas de música rompieron a tocar marchas triunfales, los batallones hicieron una triple descarga de fusilería, se dispararon cohetes y bombas, repicaron las campanas y se echaron a volar gran número de palomas blancas que arrastraban en pos de sí largas cintas de colores inmaculados y pontificios, como mensajeras del júbilo que llenaba los corazones de todos los que tenían la dicha de asistir a aquel espectáculo sorprendente; al mismo tiempo viéronse correr en todos los semblantes lágrimas de dulce e indecible emoción.

    (...). Las fiestas continúan durante ocho felices días.”[8]

 

     El padre Presas, en otro libro, se refiere a las ermitas, capillas y basílica que se fueron levantando para el culto de la sagrada imagen, hasta llegar al actual Santuario Nacional de Luján, gracias a la iniciativa del Padre Salvaire:    

    “Las crónicas primitivas cuentan que no mucho después del milagro junto al río Luján (...) se levantó una pequeña Capilla, y se destinó a un negro llamado Manuel, para que cuidara del culto de la Santa Imagen. Esta ermita estaría abierta a los peregrinos para el año 1635 seguramente.”                                                                                                                       

     Siguió luego la capilla de Montalbo:

    “Abrió sus cimientos el carmelita Juan de la Concepción el año de 1677, cumpliendo así las ansias de doña Ana de Matos, de construir a Nuestra Señora de la Concepción una iglesia digna y bella. Al principio la obra marchó muy lentamente, pero ya en 1683 el mayordomo Manuel Casco de Mendoza hace un contrato de enmaderamen con Francisco de León, afamado carpintero de la época y que en aquel entonces se hallaba ocupado en los trabajos de la Catedral de Buenos Aires. Facilitó la empresa una donación de las Autoridades Gubernamentales. Con este recurso y el de los buenos fieles, el capellán de la Virgen, Pedro Montalbo, pudo completar la obra y quedó inaugurado el templo el 8 de diciembre de 1685.

     La Capilla era medianamente capaz con nueve varas de frente y treinta de largo. Estaba fabricada en barro y ladrillos y tenía el techo a dos aguas, revocada por fuera y sus paredes enlucidas de blanco. (...) En el recinto de la Capilla ocupaba el fondo del presbiterio el altar mayor con su correspondiente retablo; en un tabernáculo de madera dorada se guardaba el Santísimo Sacramento y en la parte superior del altar en un nicho adecuado se hallaba la Santa Imagen de Luján, dentro de una vitrina, de tal manera que dicho nicho formaba con la sacristía anexa al fondo como un diminuto camarín.”

      Luego vino el templo de Lezica: “Así se lo llama el templo que fue obra del funcionario, benefactor, síndico y ecónomo de Nuestra Señora de Luján, don Juan de Lezica y Torrezuri. En la ejecución de la obra estuvo siempre a su lado el Capellán Dr. Carlos José Vejarano. La nueva construcción se inició el 24 de agosto de 1754 y se dio por concluida el 8 de diciembre de 1763.

     El frente del templo lo formaba un solo cuerpo, con una portada de arco redondo, liso, sin adorno alguno. A uno y otro lado, flanqueando la puerta, dos pilastras se levantaban sosteniendo una cornisa corrida. Sobre la puerta una ventana rectangular horadando atrevidamente la construcción. (...)

     De este templo de Lezica hablan muchos viajeros extranjeros que visitaron el lugar y en el ‘Registro Estadístico de Buenos Aires’ de 1855 leemos: ‘Luján tiene una Iglesia de bóveda que por su magnitud, arquitectura y preciosidades, es sin duda la mejor de toda la campaña del Estado de Buenos Aires’.”[9]

   Finalmente a finales del siglo XIX, y gracias a la acción de Salvarie comienza a erigirse la basílica. Escribe el padre Presas en su libro sobre Salvaire:

     “Desde aquellos primeros días del mes de diciembre de 1871, cuando tuvo lugar la primera peregrinación oficial de católicos argentinos al Santuario de Nuestra Señora de Luján, en la mente de Salvaire y en la de no pocos católicos argentinos, nació la idea de erigir a Nuestra Señora, es ese lugar, un nuevo Santuario digno de tan milagrosa Señora.

     Salvaire escribía en 1885: ‘Se le debe erigir a Nuestra Señora de Luján un Templo que, por su disposición, magnificencia y simbolismo místico y patriótico, no menos que por los recuerdos que abriga el actual, un templo que merezca el título de Santuario Nacional. (...)

     El parecer de Salvaire fue decisivo y así exponía sus motivos: ‘El proyectado Santuario Nacional debe levantarse en el mismo sitio que ocupa el actual, primero, por exigirlo así la tradición de la Iglesia, que no permite un cambio sin razones gravísimas; segundo, por respeto a la voluntad terminante de la primera dueña de la Imagen que la dio a condición de que no se sacara nunca del terreno que para ella daba; tercero, por razones de historia y motivo de gran consideración, ya que ese lugar fue visitado por infinidad de jefes patricios y obispos, por la visita del Papa Pío IX, el Pontífice de la Inmaculada Concepción, y ser testigo este sitio de tantas promesas, sacrificios y rezos como ahí se cumplieron’.

     Sobre su estilo (...) Salvaire lo quería de estilo gótico-ojival. Explicaba Salvaire: el gótico corresponde mejor al ideal de la Iglesia cristiana: el atrevido vuelo de sus flechas o agujas eleva la mente al Creador y sus torres elevadas hacia el cielo parecen dos brazos suplicantes que imploran la bendición de Dios.”[10]

     Luján se convirtió desde entonces en el Santuario Nacional por excelencia. En el año 1934, tras las célebres jornadas del Congreso Eucarístico Internacional con el que Buenos Aires fue honrada, el delegado papal –Cardenal Pacelli, futuro Pío XII- visitó Luján. Unos años después, ocupando ya el trono de Pedro, envió un hermoso mensaje a los argentinos con motivo del Congreso Mariano Nacional del año 1947, en el que recordaba aquella visita:

 

     “(...) Y mientras ante Nuestros ojos se desarrollaba silenciosa la calma del paisaje, recordábamos primero todo lo que sobre vuestra Patrona nos refiere la piadosa tradición, y luego la historia de aquel Santuario cuyas dos torres, como dos gritos de triunfo que suben al cielo, Nos saludaban ya desde el horizonte. Fue Ella la que quiso quedarse allí, pero el alma nacional argentina había sabido comprender que allí tenía su centro natural.

 

    Y al entrar en aquellas espaciosas naves, al ver las banderas que Belgrano ganó en Salta o la espada que San Martín blandió en el Perú, al leer los mármoles que recuerdan la solemne coronación de 1887 —la primera en América— o el reconocimiento de su Patrocinio sobre las tierras Del Plata de 1930, al subir a aquel camarín, tan rico como devoto, entonces, sólo entonces Nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma grande del pueblo argentino. Porque el pueblo argentino, como todos los pueblos cristianos, sabe — y vuestro Congreso actual os lo ha repetido—, que el culto a la Madre de Dios, por Ella misma profetizado cuando anunció: «Beatam me dicent omnes generationes» (Lc 1, 48), es un elemento fundamental en la vida cristiana.”[11]



Nuestra Señora de Luján

[1] González Trillo, Enrique. Romance a la Virgen de Luján, en “Mikael” N° 23. Paraná. Segundo Cuatrimestre de 1980, pp. 41-44.

[2] Puchuri de Martini, María Elvira. Imágenes de la Virgen en nuestro país. Leonardo Buschi S. A. 1984, p. 13.

[3] Presas, Juan Antonio. Jorge María Salvaire (El Apóstol de la Virgen de Luján).1847-1899. Morón. 1990, pp. 37-38.

[4] Ibídem, pp. 38-39.

[5] Ibídem, pp.52-53.

[6] Ibídem, nota 9, p. 54.

[7] Ibídem, pp. 56-60.

[8] Ibídem, pp. 62-64.

[9] Presas, Juan Antonio. Nuestra Señora de Luján en el arte. Ediciones Paulinas. Buenos Aires. 1981, pp. 63-68.

[10] Presas, Juan Antonio. Jorge María Salvaire..., pp.87-88.

[11] RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII AL CONGRESO MARIANO NACIONAL ARGENTINO. Domingo 12 de octubre de 1947, en https://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1947/documents/hf_p-xii_spe_19471012_mariano-argentina.html


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