Sólo captando lo que fue la Hispanidad, continuación de la Cristiandad, fundada en el Misterio de Cristo, podemos entender la esencia de la Argentina, lo que nuestra Patria es en el Origen. El término origen hace referencia a un tiempo, a una cronología, a un comienzo; pero debe comprenderse sobre todo en un sentido ontológico, se trata de un Origen que está más allá del tiempo. Es un Principio sobre el que se funda una esencia.
Efectivamente, la Iglesia una vez triunfante, salida de las catacumbas,
crea, a partir del siglo IV, sobre los fundamentos grecolatinos, una cultura y
una civilización cristianas. Iglesias -bizantinas, románicas, góticas,
barrocas, etc-, iconos, esculturas, pinturas, teología, filosofía, obras de
misericordia, congregaciones, cofradías...y un orden social cristiano sostenido
por el rezo de los monjes, la espada de los caballeros, el trabajo de artesanos
y campesinos, la justicia de los reyes, siendo rematado en la cima con la
instauración del Sacro Romano Imperio. En su obra magistral, La Cristiandad y su cosmovisión, el
Padre Sáenz nos pinta maravillosamente lo que fue aquella civilización, cuyos
vestigios podemos hoy admirar visitando las magníficas y monumentales
Catedrales y basílicas que en aquellos tiempos se levantaron.
La
cristiandad se prolongó, a partir del siglo XVI, en la Hispanidad. En efecto,
mientras el fundamento central sobre el que se había levantado tan magno
edificio, el Santo Sacrifico de la Misa, era atacado en Europa por la
revolución protestante; la acción misionera de la España de Isabel y de
Fernando, de Carlos y de Felipe, llenaba al Nuevo Mundo de iglesias y capillas,
monasterios y conventos, donde se celebraban los sublimes misterios, y en tono
a los cuales se iba desarrollando una nueva sociabilidad, cultura y
civilización propias estas tierras hispanoamericanas. Si la civilización
cristiana fue perfectamente descripta en la obra del P. Sáenz sobre la
Cristiandad, a la que hicimos referencia más arriba; para comprender la acción
de España en Indias podemos consultar, entre tantas, la obra del eminente
historiador argentino Vicente Sierra, Así
se hizo América.
De
acuerdo con todo lo que venimos sosteniendo afirmamos que la Argentina original
no es la de la Constitución alberdiana de 1853, ni la de la educación laica de
1882, ni la de la gran inmigración de finales del siglo XIX, ni la del
Centenario -con sus aires de grandeza y progreso material-, ni la radical -con
su instauración de la democracia-, ni siquiera la de las masas peronistas -las
cuales, si bien tuvieron elementos que remitían de algún modo al origen, no tuvieron
plena conciencia de lo que realmente se jugaba en los años 40 y 50, terminando
dicho proyecto totalmente desviado-. Mucho menos aún, la Argentina
“futbolera”...
Para
comprender a la Argentina original debemos trasladarnos al 1 de abril de 1520.
Allí, en torno a un altar, un puñado de hombres -pocos, como siempre que se
hacen cosas grandes-, en el puerto de San Julián, vestidos de hierro, en medio
de zozobras, hambre y peligros -padecidos por el servicio a su Rey y a su Dios-
asisten a la primera Misa celebrada en estas tierras. Allí se hace presente “la hostia inaugural izada sobre territorio
argento. Allí está el estreno, el albor, el umbral y el preludio de La
Argentina Amada” (Antonio Caponnetto. Independencia
y Nacionalismo. Katejon. Tres de febrero. 2016, p. 11). Unas páginas más
adelante nos dice el autor: “No creemos
ni en los partos ni en las muertes de la patria (...) Creemos (...) que el
oficio del historiador católico se asemeja en algo al del liturgo. Y que en
esta perspectiva, tiene la patria grande un bautismo, el 12 de octubre de 1492;
la patria chica una primera eucaristía, el 1 de abril de 1520.” (p. 20)
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