En uno de sus libros, Calderón Bouchet se
refiere a Charles Maurras, y lo cita:
“Su concepción de una monarquía
tradicional representativa nació de esta acentuación del valor de los poderes
regionales (…) pocos meses antes de morir volvió sobre esta idea (regionalista)
y repitió (…): ‘Esos salvajes unitarios como solían decir los viejos
argentinos’.”[1]
En
efecto, así como hubo una “vieja Francia”,
aquí entre nosotros hubo una “vieja
Argentina”. Muchos historiadores e intelectuales sostienen que el período
en el que nuestro país fue gobernado por Juan Manuel de Rosas representa la reafirmación de la Tradición frente a la
Revolución:
“Ezcurra Medrano citaba...(un) libro de
Ingenieros...:
‘La Restauración fue un proceso internacional contrarrevolucionario, extendido
a todos los países cuyas instituciones habían sido subvertidas por la
Revolución…La restauración argentina fue un caso particular de este vasto
movimiento reaccionario, poniendo en pugna las dos civilizaciones que
coexistían dentro de la nacionalidad en formación; su resultado fue el
predominio de los intereses coloniales sobre los ideales del núcleo pensante
que efectuó la Revolución’(…)
En el artículo de 1940 ampliaría este análisis:
‘Perteneciente a una familia rural de rancio abolengo, (Rosas) supo captar como
nadie la realidad de la tierra. Se vio rodeado a la vez de la vieja
aristocracia española y de todo el pueblo de la ciudad y campaña de Buenos
Aires (…) Bajo cualquier aspecto que se examine la obra de Rosas, vemos
aparecer en ella el sello tradicional. En el orden espiritual, por ejemplo, la
Restauración es netamente católica: la obligación especialmente establecida de
conservar, defender y proteger al catolicismo (…), la enseñanza obligatoria de
la doctrina cristiana, la censura religiosa de la instrucción (…), la
prohibición de libros y pinturas que ofendiesen la religión, la moral y las
buenas costumbres (…), la fundación de iglesias, son medidas que caracterizan
suficientemente el espíritu católico de la Restauración(…)
En lo referente a la política
interna, la época de Rosas no es otra cosa que una larga lucha por la
restauración de la autoridad y de la unidad que caracterizaron al Virreinato, y
que habían sido desquiciadas por los errores de federales y unitarios. Rosas,
respetando (…) el régimen de confederación existente, realizó de facto, con el
pueblo y en el sentido tradicional, lo que otros pretendieron realizar de jure,
contra el pueblo y en el sentido liberal (…) Y toda esa obra verdaderamente
organizadora – mucho más que las constituciones impresas en papel – se iba haciendo
sobre la base de la legislación tradicional, sin improvisaciones
constitucionalistas ni codificadoras.
Hay, hasta en los detalles, un sabor tan tradicional en esa restauración de la
autoridad ‘al modo hispánico’, que Ernesto Quesada ha podido hacer un paralelo
exacto entre Rosas y Felipe II’. (…)
(…) en la misma línea de lo que sostenía Don Alberto Ezcurra Medrano:
‘En la propia Argentina tuvo que enfrentar Rosas el poder secreto de las logias
y el fermento de la Revolución. Lo dijo con toda claridad: ‘Las logias
establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América, practican
teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones, asestan
golpes a la República, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad del
Mundo’. Espíritu revolucionario que ‘ha penetrado infortunadamente hasta en
alguna parte del clero’. En la Argentina, ‘toda la República está plagada de
hombres pérfidos pertenecientes a la facción unitaria, o que obran por su
influencia y en el sentido de sus infames deseos, y que la empresa que se han
propuesto no es sólo de lo que existen entre nosotros, sino de las logias
europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente’.
Estando Rosas en el exilio, pudo contemplar el espectáculo terrible de las
revoluciones liberales, socialistas y nacionalistas (del nacionalismo exagerado
y jacobino, no del contrarrevolucionario) que asolaban al Viejo Continente. Su
respeto a la Religión Católica, su amor al Orden y a la Tradición, su defensa
de la Justicia – en especial con los pobres –, su convicción de que propiedad
privada y herencia son instituciones fundamentales de la sociedad, su
aborrecimiento de las logias masónicas , del socialismo y del comunismo quedan
patentes en las ideas expresadas en diversas oportunidades’.”[2]
En
sus Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Antonio
Caponnetto se refiere al Restaurador calificándolo como “Príncipe católico”,
“contrarrevolucionario”, “hispanista” y “monarca sin corona”. Siguiendo la
línea del texto de Romero Moreno, entresacamos del libro de Caponnetto[3]
algunas líneas dedicadas al aspecto contrarrevolucionario de don Juan Manuel:
“El rechazo de las constituciones escritas
y su propensión activa a la constitución real de los pueblos sobre la base de
sus tradiciones y de la naturaleza de las cosas...su desdén por los
‘innovadores, tumultuarios y enemigos de la autoridad...sus tajantes opiniones
condenatorias sobre el comunismo y el ateísmo; su oposición al divorcio entre
la Iglesia y el Estado; su rígida regulación por decreto de la libertad de
imprenta...su reiterada prédica contra ‘los agentes secretos de otras naciones
y de las grandes logias revolucionarias que tienen en conmoción a toda
Europa...; su adjudicación de los males políticos locales, no sólo a nuestros
problemas internos, sino aún a ‘las grandes logias europeas ramificadas en
todos los nuevos Estados de este Continente’...su modo práctico de estructurar
el país en estados o repúblicas confederadas, pero ordenadas todas a la
soberanía de una patria en común bajo un solo poder personal con fuerte
capacidad de mando...
Sus cartas...están repletas de expresiones
contrarrevolucionarias. A Josefa Gómez...le comunica sus desosiego ‘por la
dirección de las pasiones creadas por la Revolución Francesa’...’hay que estar
vacunado contra la enfermedad política que se llama Revolución, cuyo término es
siempre la descomposición del cuerpo social’...
Junto a su correspondencia...hay otra
fuente invalorable para conocer a este Rosas...Se trata de una recopilación de
sus ideas apuntadas por el mismo prócer, en una libreta común de anotaciones
domésticas...(En uno de estos pensamientos sostiene): ‘La experiencia de todos
los lugares y los tiempos, ha dejado bien acreditada la máxima, de que la
Religión es la que civiliza a los hombres y levanta los imperios’.”[4]
El autor descubre una
“firme concepción medieval que subyace
tras estos trazos”. Y a continuación
nos dice cuáles son estos principios medievales: “Un trono justo, un vasallo protegido, una fidelidad recíproca. Una
autoridad férrea, emanando ejemplaridad; antes impuesta por el propio peso de
su prestigio que elegida azarosamente. Un pueblo virtuoso, y no una plebe que
siga ‘el camino de la insolencia’. Ni partidos que atomicen la patria, ni revoluciones
permanentes, ni indiferentismo religioso. Dios por delante y sobre todo.”[5]
[1] Calderón Bouchet. Maurras y la Acción Francesa contra la III República. Ediciones Nueva Hispanidad. Buenos Aires. 2000, pp. 113.
[2] Moreno,
Fernando. Rosismo, Tradicionalismo y
Carlismo, en
http://carlismoar.blogspot.com.ar/2010/12/rosismo-tradicionalismo-y-carlismo.html
[3] Elegimos destacar este rasgo porque el carácter contrarrevolucionario es el que enlaza con el tradicionalismo, y en el presente artículo sólo queremos poner de relieve algunos aspectos de Buenos Aires en relación con la Tradición.
[4] Caponnetto, Antonio. Notas sobre Juan Manuel de Rosas. Katejon. Buenos Aires. 2013, pp. 45-49.
[5] Íbidem, 50.
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