Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús
Belgrano nace en Buenos Aires en el año 1770. Luego de pasar por las aulas del “Real
Convictorio Carolino”, marcha a España para estudiar Leyes en la
Universidad de Salamanca, donde realiza una actuación destacadísima.
La figura de Manuel Belgrano está ligada a
las grandes potestades de aquella época. Recibe del Papa autorización para leer
libros que estaban prohibidos en esos tiempos, y es nombrado por el Rey para
desempeñar la función de Secretario del Consulado de Buenos Aires.
Desde la función pública demostró su interés por el Bien Común. Propuso reformas para mejorar el comercio y la actividad agrícola de estas regiones, así como también la Enseñanza, pidiendo que se atienda con mayor interés a los saberes prácticos que estaban un tanto descuidados. Proyectó una Escuela de Dibujo y de Náutica, las que por diversos motivos no prosperaron.
Preocupado por la suerte de estos territorios, amenazados desde distintos flancos, y ante la crisis en la que había caído la Monarquía Española tras Bayona, comienza a proponer la instauración de una Monarquía local, coronando a la Princesa Carlota Joaquina de Borbón –hermana de Fernando VII-, que se había trasladado a Río de Janeiro junto a su esposo Juan y a toda la familia real de Portugal, tras la invasión de Napoleón a aquella nación. La preocupación por los destinos políticos del antiguo Virreinato, embargaron el alma de Belgrano durante los últimos años de su vida.
Fracasado el proyecto “carlotista”, tiene una importante participación en los hechos de Mayo del 10, formando parte de la Junta como vocal. Enviado a Paraguay para someter la resistencia del Gobernador de esa provincia a la instalación del nuevo Gobierno, es derrotado, pero su acción produjo frutos a su tiempo. Al año siguiente, el Paraguay establecía su Junta de Gobierno.
Habiendo sido sobreseído en el juicio que se le siguió por su desempeño en el Paraguay, es enviado a fortificar la zona del Paraná, donde los enemigos procedentes de la Banda Oriental solían realizar sus correrías. Es en esta ocasión que en las márgenes de ese gran río, en la zona de Rosario, hace usar la escarapela celeste y blanca a sus soldados, y el día 27 crea un pabellón con esos colores para identificar a su tropa. El Triunvirato, manejado por Rivadavia, le ordena “guardar” esa insignia; pero cuando llega al Norte, donde fue enviado para hacerse cargo del Ejército que allí se encontraba resistiendo a las fuerzas que bajaban desde el Perú contra el gobierno de Buenos Aires, hizo bendecir en Jujuy la enseña patria.
Leemos al respecto un artículo escrito por patriotas jujeños:
El 25
de mayo de 1812, día en que fue bendecida la Bandera por el canónigo Gorriti en
Jujuy “es unas de las fechas más
importantes para nuestra patria y principalmente
para Jujuy, por el protagonismo que vivieron nuestros antepasados junto al
General Manuel Belgrano.
Como
jujeños sabemos que son cuatro los hechos que nos distinguen en relación al
ilustre General: bendición y jura de la primera bandera celeste y blanca, la
gesta heroica y sacrificada del Éxodo, la donación del sueldo de Belgrano para
la creación de una de las cuatro escuelas y el legado de la Bandera de la
Libertad Civil.
Estos
hechos hacen que los jujeños debamos sentirnos orgullosos de aquel
reconocimiento que el prócer dirigió con fecha 29 de mayo de 1812 al gobierno
de Buenos Aires diciendo en ocasión de la bendición: ‘He tenido la mayor
satisfacción de ver la alegría, contento y entusiasmo con que se ha celebrado
en esta ciudad el aniversario de la libertad de la Patria, con todo el decoro y
esplendor de que ha sido capaz, así con los actos religiosos de víspera y misa
solemne con Te Deum, con la fiesta del alférez mayor don Pablo Mena, cooperando
con sus iluminaciones todos los vecinos de ella y manifestando con
demostraciones propias su regocijo…. No
es dable a mi pluma pintar el decoro y respeto de estos actos, el gozo del
pueblo, la alegría del soldado, ni los efectos que palpablemente he notado en
todas las clases del Estado, testigos de ellos; solo puedo decir que la patria
tiene hijos que sin duda sostendrán por todos medios y modelos su causa, y que
primero perecerán que ver usurpados sus derechos’.
Ha quedado probada la prioridad de
la bendición y el juramento realizados en Jujuy el 25 de mayo de 1812. En el Rosario se enarboló la bandera como
símbolo militar… La gloria de Jujuy, consiste en haberla jurado antes que
ciudad alguna, con todas sus clases sociales; clero, milicia, pueblo, unidos en
denodado consorcio, frente a un ejército enemigo; y en haberla jurado como
símbolo de la nacionalidad.
Hacía pocos días que el General
Belgrano había llegado a Jujuy, donde continuaba absorbido por la abrumadora
tarea de reorganizar los restos del ejército que le habían entregado y vencer
los innumerables obstáculos que se le presentaban a cada paso, cuando le
sorprendió el segundo aniversario de la Revolución de Mayo. En ese mismo día, Belgrano
decía: ‘el 25 de Mayo será para siempre
memorable en los anales de nuestra historia y vosotros tendréis un motivo más
de recordarlo, cuando veis en él por primera vez, la bandera nacional en mis
manos que ya os distingue de las demás naciones del globo, sin embargo,
de los esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos,
para echarnos cadenas aún más pesadas que las que cargabais. Pero esta gloria debemos sostenerla de un
modo digno, con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras
obligaciones hacia Dios’.”[1]
Belgrano debió hacer frente a un gran número de dificultades en el Norte, sobre todo la mala fama que habían despertado los ejércitos de la Patria en el Alto Perú por la mala actuación de Castelli y de Monteagudo, la cual dio lugar a la indisciplina de la tropa, a los abusos contra la población civil, a el uso del “terror”, y hasta a actos sacrílegos que herían la sensibilidad religiosa del pueblo sencillo de aquellas regiones. Todo esto generó un gran desorden que permitió el avance de las fuerzas virreinales del Perú. Propúsose Belgrano, pues, devolver la disciplina en forma severa a la tropa. Organizó el éxodo jujeño ante el avance del enemigo, y procuró restituirle el prestigio al ejército a su cargo. Para demostrar que los soldados porteños no eran herejes, encomendó su Ejército a la protección de la Virgen. Tras obtener la importantísima victoria de Tucumán -que logró frenar y hacer retroceder al enemigo, hecho que coincidió con la fiesta tan importante para los tucumanos de Nuestra Señora de la Merced-, la nombró Generala de su Ejército, entregándole su bastón de mando. Fue siempre muy cuidadoso de las ceremonias religiosas, e hizo repartir a sus soldados escapularios bordados por las monjas del Convento de Santa Catalina de Buenos Aires, enviados tras la victoria.
“En la víspera de la batalla de Tucumán, acudió al pie de los altares y
eligió a Nuestra Señora de las Mercedes por patrona de su ejército, pidiéndola
fervorosamente que intercediera con el Dios de los ejércitos, y le gobernara en
la batalla que iba a librar. Este acto público de acendrada religiosidad tuvo
lugar poco antes de la batalla, y así es que pudo escribir Belgrano, poco después de librado el
combate: ‘La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido
sus armas, el día veinte y cuatro del corriente, día de Nuestra Señora de las
Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos…’
La batalla de Tucumán, una de las más gloriosas y heroicas del ejército
argentino, fue librada el día 24 de septiembre de 1812. Aunque la inferioridad
de Belgrano era manifiesta, fue suplida a fuerza de heroísmo y de audacia. Se
luchó denodadamente durante todo el día, hasta que Tristán se dio a la fuga,
dejando en el campo de batalla más de cuatrocientos muertos, tres banderas, un
estandarte y todos los bagajes. Parte del ejército patriota siguió en
persecución de los enemigos, parte quedó en el ‘Campo de las Carreras’ y lo
restante, al mando de Belgrano, se dirigió a la ciudad, con el objeto de
manifestar públicamente su agradecimiento a la Santísima Virgen.
‘La división de vanguardia – escribe Mitre- llegó a Tucumán en momentos
que una procesión cruzaba las calles de la ciudad, llevando en triunfo la
Imagen de Nuestra Señora de Mercedes… A caballo y llena de polvo del camino se
incorporó la División de vanguardia a la procesión, la que siguiendo su marcha,
desembocó al campo de batalla, húmedo aún con la sangre de las víctimas. El
general se coloca entonces al pie de las andas que descienden hasta su nivel, y
desprendiéndose de su bastón de mando, lo coloca en las manos de la Imagen; y
las andas vuelven a levantarse y la procesión continúa majestuosamente su
camino. Este acto tan sencillo como inesperado, produjo una impresión profunda
en aquel concurso poseído de sentimientos piadosos y aun los espíritus fuertes
se sintieron conmovidos’.
En
la ‘Historia de los Premios Militares’, publicada por el Ministerio de Guerra,
se halla la reseña de una curiosa medalla de origen desconocido, según los
compiladores de la mencionada obra, pero que el erudito Padre Antonio Larrouy
atribuye al general Belgrano quien, por su cuenta, la hizo acuñar en la Casa de
la Moneda. Es, escribe Larrouy, ‘un nuevo testimonio de su indefectible gratitud
a su Protectora’.
En
1821, escribía, y no sin fundamento, fray Cayetano Rodríguez estas hermosas
líneas:
‘¿En qué país no ha resonado la fama de su piedad religiosa con que
tributaba al cielo el homenaje de su gratitud, reconociéndolo en sus militares
encuentros por autor único de sus triunfos, y besando la mano que lo humillaba
en sus desgracias? ¿Con qué confianza, con qué ternura libraba en las manos de
la Reina de los Ángeles el feliz éxito de sus empresas y cuán sensibles pruebas
le dio esta Divina Madre de su protección y amparo, en los apurados lances en
que se vio comprometido su honor, e indecisa la suerte de la América del Sur?’
No
se contentó el general Belgrano con proclamar a la Virgen por patrona del
ejército, antes de la batalla, con entregar personalmente su bastón de mando en
manos de la venerada imagen, y con hacer acuñar la hermosa medalla
conmemorativa de aquel señalado triunfo. ‘Antes de ponerse en marcha para Jujuy
–continúa el historiador Mitre- mandó hacer funerales por los muertos, a los
que asistió personalmente con todo su Estado Mayor, enseñando prácticamente,
que los odios no deben pasar más allá del sepulcro, a la vez que consolidaba la
opinión de religiosidad que iba adquiriendo su ejército’.
Como complemento de lo que acabamos de decir, trasladaremos a
continuación algunas interesantísimas noticias que consigna el general Paz en
sus tan celebradas ‘Memorias’: ‘Las monjas de Buenos Aires –escribe el célebre
soldado cordobés- a cuya noticia llegaron estos actos de devoción, los
celebraron mucho y quisieron hacer una manifestación al ejército, mandando
obsequiosamente un cargamento de cuatro mil pares de escapularios de la Merced,
los que se distribuyeron en esta forma:
Cuando se trató de mover el ejército para buscar el enemigo en Salta, se
hizo por cuerpos, los que después se reunieron en tiempo y oportunidad. Luego
que el batallón o regimiento salía de su cuartel, se le conducía a la calle en
que está situado el templo de la Merced. En su atrio estaba ya preparada una
mesa vestida, con la imagen, a cuyo frente formaba el cuerpo que iba a
emprender la marcha; entonces sacaban muchos cientos de escapularios, en
bandejas, que se distribuían a jefes, oficiales y tropa, los que colocaban
sobre el uniforme y divisas militares.
Es admirable que estos escapularios se conservasen intactos, después de cien leguas de marcha, en la estación lluviosa, y nada es tan cierto, como el que en la acción de Salta, sin precedente orden y sólo por un convenio tácito y general, los escapularios vinieron a ser una divisa de guerra: si alguno los había perdido, tuvo buen cuidado de ponerse otros, porque hubiera sido peligroso andar sin ellos’.”[2]
El padre Cayetano Bruno también relata aquellos célebres acontecimientos, y agrega otros detalles:
“La coincidencia de la batalla con el 24
de setiembre había impedido la festividad, que se postergó al mes siguiente.
Por bando del 13 de octubre ordenó Belgrano que hubiese primero ‘tres días de
iluminación, y regocijos públicos en demostración de nuestra gratitud’ a la
Virgen (...) Daba (...) las siguientes disposiciones:
Seguirá a estos días de regocijo ‘la
novena que se ha de celebrar a nuestra Madre de Mercedes, durante el cual no
habrá tienda alguna abierta, ni pulpería, a que deberá asistir todo el pueblo,
igualmente que a la función que con toda celebridad se ejecutará por conclusión
en acción de gracias del beneficio recibido por la intercesión de tan Divina
Madre, y con el objeto de que nos continúe sus auxilios’.
(....) Por lo que, vecinos y soldados,
hombres y mujeres, nobles de abolengo y plebeyos de recia estampa, hubieron de
echarse por esas calles de la Merced las tardes del novenario. El templo
resultaría pequeño y el ambiente colmado (...).
Y llegó el día 27. La Misa alcanzó todo el
aparato de las ceremonias litúrgicas. A ella -cuenta Paz- ‘asistió el General y
todos los oficiales del ejército; predicó el doctor Agustín Molina (obispo
después)’.
El Dr. Molina (...) se había propuesto
para aquella ocasión celebrar ‘la gloria de la Patria y la de María...La gloria
de la Patria triunfante por la protección de María...La gloria de María
triunfante por el reconocimiento de la Patria’. Y en ello volcó sus caudales de
elocuencia.
Entrelazó los méritos del General allí
presente y los de Tucumán, ciudad privilegiada, con los de María, ‘la
Libertadora de la Patria’, que así llamó.
Las alocuciones a Belgrano fueron
delicadas:
‘El modesto caudillo -dijo-, tan religioso
como intrépido, atribuye a Dios la victoria y a su Augusta Madre María le
consagra parte de sus despojos en prueba de reconocimientos, y determina se
solemnice en honor suyo una función devota.’
(...)
Hubo de aludir también a la Ciudad
material, teatro que fuera de la histórica batalla. (...):
‘Tanto cuanto subsista esta Ciudad (a la
que esperamos que María continuará su protección) su recinto mismo será también
como otro monumento de nuestro plausible suceso. Sí: nuestras calles y aun cada
piedra de nuestras casas eternizarán en algún modo la memoria gloriosa de
nuestro triunfo, pero esto no será sino para eternizar en nuestros corazones el
precioso recuerdo de las mercedes de nuestra Madre y Señora e ellas.’
La procesión celebrada en la tarde del
otro día, fiesta de los santos patronos de Tucumán, tuvo un excelente cronista:
el general José María Paz. (...)
La concurrencia a la procesión fue
‘numerosa, y además, asistió la oficialidad y tropa (...)’.
El general Belgrano seguía devotamente
tras las andas de la Virgen.
Un episodio vino a dar mayor realce a la
piadosa ceremonia. Cuando ya marchaba la procesión (...), entraron en la Ciudad
los hombres que habían partido con Díaz Vélez en persecución de Tristán. (...)
El General, sin hacer atención en el
uniforme de campaña que traían y en el cansancio consiguiente al trajín de
aquellas jornadas ‘ordenó -según la relación de Paz- que a caballo, llenos de
sudor y polvo, siguiesen en columna atrás de la procesión (...)’.
(...)
Entendido se está que el ambiente
trascendía a hondo fervor. Paz, fino sicólogo, se sintió vivamente
impresionado, según él mismo hubo de manifestarlo:
‘No necesito pintar la compunción y los
sentimientos de religiosa piedad que se dejaban traslucir en los semblantes de
aquel devoto vecindario, que tantos sustos y peligros había corrido; su piedad
era sincera y sus votos eran, sin duda, aceptos a la Divinidad.’
A todo esto la procesión desembocaba en el
campo de las Carreras. De propósito Belgrano había dispuesto el recorrido para
lo que meditaba realizar.
Entonces ‘los sentimientos tomaron mayor
intensidad’. Y se comprende: la Virgen se paseaba a la sazón por el campo de
sus proezas guerreras. (...)
Sigue Paz con su narración:
‘Repentinamente el General deja su puesto,
y se dirige solo hacia las andas en donde era conducida la imagen de la
advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen
a indagar la causa de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone
el General, quien haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega
el bastón que llevaba en su mano, y lo acomoda por el cordón, en las de la
imagen de Mercedes. Hecho esto, vuelven los conductores a levantar las andas, y
la procesión continúa majestuosamente su carrera’.
Según la tucumana doña Felipa Zavaleta de
Corvalán, contemporánea de la batalla, Belgrano agregó esta oración:
‘A Ti sola, oh Reina de los Cielos y Madre
de mi Señor Jesucristo os debemos el triunfo que ha obtenido el ejército de la
Patria y hoy te nombro Generala del ejército. Y le colocó el bastón en la mano
bañado en lágrimas...’
Es de imaginar la impresión que produjo entre los fieles y la tropa ceremonia de tanta emotividad. Por ella la Virgen Santísima en su advocación de las Mercedes quedaba de hecho constituida ‘Generala’ del ejército argentino (...)”[3]
No todas fueron glorias en el Norte. Tras las victorias de Tucumán y de Salta, que frenaron el avance de las tropas virreinales, sucedieron las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma, que significaron la pérdida del Alto Perú[4]. Estos reveses no menguaron la fe del prócer ni su confianza en la Madre del Cielo. Y a pesar de las desgracias, siempre se hacen presente en la historia de la Patria, el Santo Sacrificio de la Misa y el Santo Rosario[5]. Nos cuenta el padre Bruno cómo se vivieron aquellas jornadas dolorosas:
“El 13 de noviembre observaba Pezuela
desde una altura las posiciones tomadas de antemano por el ejército patriota en
la pampa de Ayohúma; y a las 6 de la mañana del día siguiente día 14 daba a su
infantería orden de bajar la cuesta a vista del enemigo. El sendero era
estrecho y escabroso, y aun la artillería, muy superior a la nuestra, debía
llevar desarmada y a lomo de mula.
No se los molestó, sin embargo, en lo más mínimo. Belgrano, que no llegó a recobrarse de la fatal ilusión de un ataque de frente y en el campo de su elección, perdía la primera oportunidad de embestir contra las fuerzas realistas formadas en columnas al pie de la cuesta, antes que se les juntasen las demás. (...)”[6]
El ejército patriota se mantuvo incólume mientras duraba la Santa Misa.
“Cuando hubo concluido la Misa las primeras líneas altoperuanas aparecían nuevamente en el campo, pero amenazando esta vez la derecha patriota. Lo que obligó a Belgrano, contra todas sus esperanzas, a cambiar de frente para disponer con tan poca comodidad sus batallones, que la caballería se vio por el momento imposibilitada de actuar.”[7]
Cayetano Bruno trae a propósito de estos hechos los versos de Rafael
Obligado en su Canto a Ayohúma:
“Firmes
en cuadro formaron
y a un
leve toque marcial
se
arrodilló el General,
y todos
se arrodillaron...
Como en
Tucumán alzaron
la
oración que el alma exhala
y que
fue tendida en ala
hasta
las místicas redes
de la
Virgen de Mercedes
su
radiante Generala...”[8]
Luego de la derrota, en total disciplina, vino el rezo del Santo Rosario:
“La derrota (...) presentaba el aspecto de
catástrofe humanamente irremediable.
‘Nuestra pérdida fue total -informó en sus
Recuerdos
históricos Lorenzo Lugones-, se puede
decir que todo quedó en el campo de batalla, excepto la bandera, que, para que
se perdiera, era preciso que se muriese Belgrano (...)’
Gracias a este derroche de heroísmo, las mermadas fuerzas patriotas anochecieron lejos del campo, y llegaron al día siguiente por la tarde a la quebrada de Tinquipaya sin verse molestadas por el enemigo. ‘Allí -recuerda Paz- se acabaron de reorganizar nuestros pequeños restos, para continuar al día siguiente nuestra retirada, con un orden tal, que la disciplina más severa se observó en todas las marchas que se siguieron. Allí fue donde, formando un cuadro, se colocó dentro el General para rezar el rosario, lo que fue imitado por todos’.”[9]
Un tema que ha generado encendidos debates ha sido el de los colores elegidos para nuestra enseña patria. Hay quienes sostienen el origen mariano de los mismos:
“Cuando el rey Carlos III consagró España
y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona
de sus reinos; creó la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como
condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la
Inmaculada, pendiente al cuello con una cinta en tres franjas: blanca en el
medio, y azules a los costados. (...)
Carlos III, Carlos IV y Fernando VII
vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada,
y el manto real lucía estos mismos colores, como puede observarse en los
retratos que adornan los salones del Escorial y el palacio de Oriente en
Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en
blanco y celeste.
Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas’. Y que al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos colores azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba al frente del edificio.” (Rotjer, Aníbal. El General Manuel Belgrano. Ed. Don Bosco. Buenos Aires. 1970, pp. 62-63)
Por
su parte Guillermo Furlong afirma que “al
fundarse en Consulado en 1794, quiso Belgrano que su patrona fuese la
Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de dicha Institución
constaba de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón
nacional ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las
que tuvo en 1794?
El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de la Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto.” (Furlong, Guillermo. Belgrano. El Santo de la espada y de la pluma. Club de Lectores. Buenos Aires. 1974, pp. 35-36
“Al emprender la marcha (hacia el Paraguay) pasa (Belgrano) por la Villa de Nuestra Señora de Luján donde se detiene para satisfacer el deseo que le anima de poner su nueva carrera y las grandes empresas que idea en su mente, bajo la protección de la milagrosa Virgen de Luján. Manda, al efecto, celebrar en ese Santuario una solemne misa en honor de la Virgen a la que asiste personalmente, a la cabeza del Ejército de su mando, y robusteciendo su corazón con el cumplimiento de este acto religioso, prosigue lleno de fe y de esperanza el camino que le traza el deber y el honor.” (Salvaire, Jorge María. Historia de Nuestra Señora de Luján. 1885. T. II, pp. 262-263)[10]
Cuando Belgrano debió entregar el Ejército del Norte a San Martín (luego de haber vencido en Salta, asegurando esa frontera, pero habiendo perdido en el Alto Perú, territorio que ya no se pudo recuperar), recomendó al nuevo Jefe:
“La guerra no sólo la ha de hacer Ud. con las armas, sino con la opinión, afianzándola siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas (...) Acaso se reirá alguno de mi pensamiento; pero Ud. no debe dejarse llevar de opiniones exóticas, ni de hombres que no conocen el país que pisan; además, por ese medio conseguirá Ud. tener el ejército bien subordinado; pues él, al fin, se compone de hombres educados en la religión católica que profesamos, y sus máximas no pueden ser más a propósito para el orden. He dicho a Ud. lo bastante; (...) añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el ejército se forme; que no deje de implorar a Nuestra Señora de Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa; deje Ud. que se rían (...) Acuérdese que es un general cristiano; apostólico romano; vele Ud. que en nada, ni aun en las conversaciones triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa Religión (...) Se lo dice a Ud. su verdadero y fiel amigo. Manuel Belgrano”.
Entre 1814 y 1815 viajó a Europa para
obtener el apoyo de las potencias a los cambios políticos operados en el Río de
la Plata, y para entablar un diálogo con la familia de Borbón repuesta en el
Trono. Es en esa ocasión que surge el proyecto, negociado con Carlos IV, de
establecer un príncipe Borbón en el Reino del Plata, cuestión que fracasa por
la obstinación del “restaurado”, “ex
socio” de Napoleón, Fernando VII.
De regreso en el Río de la Plata, y
fracasadas las negociaciones en Europa, se vuelve a poner al frente del
Ejército del Norte. Ante las deliberaciones del Congreso de Tucumán, se juega
por la Independencia de América, y propone a los Diputados reunidos en San
Miguel, la instauración de una Monarquía Incaica. Proyecto que volvió a
fracasar.
Llamado por el Gobierno de Buenos Aires
para hacer frente a la anarquía desatada en el Litoral, su estado de salud le
impide seguir dedicándose a las cuestiones públicas, muriendo el 20 de junio de
1820 –día de los “tres gobernadores”, viendo a su Patria sumida en el caos.
[1] http://noadefensor.blogspot.com/2012/05/200-anos-de-la-bendicion-y-jura-de-la.html
[2]
Furlong, Guillermo. Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma. Club
de Lectores. Buenos Aires. 1974, pp. 38-43, citado en
https://peregrinodeloabsoluto.wordpress.com/2014/07/17/cuando-los-escapularios-vinieron-a-ser-una-divisa-de-guerra/
[3]
Bruno, Cayetano. La Virgen Generala…, pp. 225-229.
[4] “No habían de triunfar las armas patriotas en el Alto Perú. En los imperscrutables designios de Dios -sin duda para nuestro bien, según son de amorosas las disposiciones de la Divina Providencia- aquellas provincias de nuestro antiguo virreinato se constituirían en país independiente, que no aclamarían a Belgrano por su libertador; pero eso sí, los héroes de Vilcapugio y Ayohúma, con su General a la cabeza, dejaron una encendida estela de fe mariana que han sabido valorar las generaciones presentes, y mantendrán en todo su vigor las futuras, mientras tenga la Patria hijos que la aclamen por Madre.” (Bruno, Cayetano. La Virgen Generala..., p. 267.
[5]
Sólo captando lo
que fue la Hispanidad, continuación de la Cristiandad, fundada en el Misterio
de Cristo, podemos entender la esencia de la Argentina, lo que nuestra Patria
es en el Origen. El término origen hace referencia a un tiempo, a una
cronología, a un comienzo; pero debe comprenderse sobre todo en un sentido
ontológico, se trata de un Origen que está más allá del tiempo. Es un Principio
sobre el que se funda una esencia.
Efectivamente, la Iglesia una vez triunfante, salida de las catacumbas,
crea, a partir del siglo IV, sobre los fundamentos grecolatinos, una cultura y
una civilización cristianas. Iglesias -bizantinas, románicas, góticas,
barrocas, etc-, iconos, esculturas, pinturas, teología, filosofía, obras de
misericordia, congregaciones, cofradías...y un orden social cristiano sostenido
por el rezo de los monjes, la espada de los caballeros, el trabajo de artesanos
y campesinos, la justicia de los reyes, siendo rematado en la cima con la
instauración del Sacro Romano Imperio. En su obra magistral, La Cristiandad y su cosmovisión, el
Padre Sáenz nos pinta maravillosamente lo que fue aquella civilización, cuyos
vestigios podemos hoy admirar visitando las magníficas y monumentales
Catedrales y basílicas que en aquellos tiempos se levantaron.
La
cristiandad se prolongó, a partir del siglo XVI, en la Hispanidad. En efecto,
mientras el fundamento central sobre el que se había levantado tan magno
edificio, el Santo Sacrifico de la Misa, era atacado en Europa por la
revolución protestante; la acción misionera de la España de Isabel y de
Fernando, de Carlos y de Felipe, llenaba al Nuevo Mundo de iglesias y capillas,
monasterios y conventos, donde se celebraban los sublimes misterios, y en tono
a los cuales se iba desarrollando una nueva sociabilidad, cultura y
civilización propias estas tierras hispanoamericanas. Si la civilización
cristiana fue perfectamente descripta en la obra del P. Sáenz sobre la
Cristiandad, a la que hicimos referencia más arriba; para comprender la acción
de España en Indias podemos consultar, entre tantas, la obra del eminente
historiador argentino Vicente Sierra, Así
se hizo América.
De
acuerdo con todo lo que venimos sosteniendo afirmamos que la Argentina original
no es la de la Constitución alberdiana de 1853, ni la de la educación laica de
1882, ni la de la gran inmigración de finales del siglo XIX, ni la del
Centenario -con sus aires de grandeza y progreso material-, ni la radical -con
su instauración de la democracia-, ni siquiera la de las masas peronistas -las
cuales, si bien tuvieron elementos que remitían de algún modo al origen, no tuvieron
plena conciencia de lo que realmente se jugaba en los años 40 y 50, terminando
dicho proyecto totalmente desviado-. Mucho menos aún, la Argentina
“futbolera”...
Para
comprender a la Argentina original debemos trasladarnos al 1 de abril de 1520.
Allí, en torno a un altar, un puñado de hombres -pocos, como siempre que se
hacen cosas grandes-, en el puerto de San Julián, vestidos de hierro, en medio
de zozobras, hambre y peligros -padecidos por el servicio a su Rey y a su Dios-
asisten a la primera Misa celebrada en estas tierras. Allí se hace presente “la hostia inaugural izada sobre territorio
argento. Allí está el estreno, el albor, el umbral y el preludio de La
Argentina Amada” (Antonio Caponnetto. Independencia
y Nacionalismo. Katejon. Tres de febrero. 2016, p. 11). Unas páginas más
adelante nos dice el autor: “No creemos
ni en los partos ni en las muertes de la patria (...) Creemos (...) que el
oficio del historiador católico se asemeja en algo al del liturgo. Y que en
esta perspectiva, tiene la patria grande un bautismo, el 12 de octubre de 1492;
la patria chica una primera eucaristía, el 1 de abril de 1520.” (p. 20)
[6] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala..., p. 268.
[7] Ibídem, p. 269.
[8] Ibídem, pp. 268-269.
[9] Ibídem, pp. 270-271.
[10] Todas las citas están
extraídas del artículo “La Virgen y los colores de nuestra Bandera” de la
revista Mikael Nº 23, Segundo Cuatrimestre de 1980, pp. 123-125.
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