El IV fue un siglo “bisagra” en la historia de Occidente: marca un antes y un después. A partir de entonces comienza a conformarse la Cristiandad, civilización fundada sobre el rico legado greco-romano y elevada al Misterio de la fe cristiana. Un personaje clave en esta historia fue el gran emperador Constantino.
En el año 313, con el Edicto de Milán, Constantino dio libertad a los cristianos. La Iglesia ya no estaba fuera de la Ley. Es más, a partir de ese momento, salvo momentos esporádicos de nuevas formas más sutiles de persecución, la Iglesia encontró un ambiente favorable para expandir la fe, levantar basílicas, desarrollar una cultura cristiana e ir fundando la vida social en torno a la fe y la moral contenidas en los Evangelios.
Sin embargo, nuevas “tormentas” se desencadenarían. Una herejía propagada por un sacerdote de Alejandría llamado Arrio dividió a los cristianos. El arrianismo, nombre que recibió la herejía, sostenía que el Verbo de Dios era creado y que hubo un tiempo en el que no existió. Frente a esto se levantaron los defensores de la ortodoxia.
Ante las disputas surgidas en el seno de la Iglesia Constantino convocó a un Concilio en la ciudad de Nicea: el primer Concilio Ecuménico de la historia. La magna asamblea condenó al arrianismo y proclamó la fe de la Iglesia en la divinidad del Verbo, consustancial y coeterno con el Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre…”
La definición de Nicea fue completada en Constantinopla en el año 381 afirmando la divinidad del Espíritu Santo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.”
Quedaba definida la fe trinitaria y cristológica sobre la que se fundaría el Occidente cristiano (y también la Cristiandad bizantina). La fe en la divinidad de Jesucristo -fundada en el misterio trinitario, que afirma la Trinidad de Personas en la Única esencia divina- es el núcleo central de la fe cristiana y de la civilización que se levantó en torno a la misma.
En el siglo siguiente fueron completadas las definiciones de Nicea y de Constantinopla. Ante nuevas herejías surgidas en torno a las naturalezas humana y divina de Cristo, los Concilios de Éfeso y de Calcedonia definieron que en Jesucristo hay una Persona divina, la del Verbo, en la que subsisten dos naturalezas: la divina y la humana.
EN LAS IMÁGENES: el emperador Constantino y el Pantocrátor. En la imagen del Pantocrátor, Cristo en esplendor, puede observarse que con una mano toma las Escrituras, que hablaron de Él, y con la otra bendice uniendo dos dedos -por las dos naturalezas de Cristo- juntando los otros tres en representación de las tres Personas de la Trinidad
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