San Beda el Venerable (672/673 – 735), una de las figuras más importantes de la patrística latina tardía y considerado Doctor de la Iglesia.
Nació en el reino de Northumbria (Inglaterra actual).
Desde niño ingresó en el monasterio de Wearmouth-Jarrow, donde permaneció toda su vida.
Fue monje benedictino, dedicado al estudio, la enseñanza y la escritura.
1. Historiador
Su obra más célebre es la Historia ecclesiastica gentis Anglorum (Historia eclesiástica del pueblo inglés, 731).
Es la principal fuente para conocer la evangelización y la formación de la Iglesia en Inglaterra.
Por su rigor crítico se le considera “Padre de la historia inglesa”.
2. Exégeta
Comentó numerosos libros de la Biblia, siguiendo la tradición patrística.
Destacó en la lectura tipológica y moral de la Escritura, pero con notable claridad y sentido pedagógico.
Se preocupó por ofrecer interpretaciones accesibles a los monjes y al clero local.
3. Teólogo y Doctor
Defendió la ortodoxia frente a herejías y aportó a la sistematización de la doctrina latina.
Fue proclamado Doctor de la Iglesia por León XIII en 1899.
4. Cultura y ciencia
Escribió tratados sobre cómputo del tiempo, gramática, cronología, hagiografías y himnos.
Gracias a él se difundió el uso de la expresión Anno Domini (A.D.) en la cronología cristiana.
5. Espiritualidad
Hombre de vida humilde y recogida: apenas salió de su monasterio.
Vivió en un clima de oración continua, estudio y enseñanza.
Murió en 735, mientras dictaba una traducción al inglés del Evangelio de san Juan.
6. Importancia en la patrística
Representa la madurez de la patrística latina en la época altomedieval.
Su figura enlaza la tradición de los Padres con la naciente cultura cristiana europea.
Es testigo de cómo la Biblia y la historia se convierten en instrumentos de identidad cultural y fe.
Dejamos un breve pensamiento suyo como muestra de la profundidad de sus reflexiones:
"Nosotros, carísimos hermanos, nosotros somos el pueblo de Dios, nosotros que, liberados a través del Mar Rojo, sacudimos el yugo de la servidumbre de Egipto, ya que por medio del bautismo hemos recibido el perdón de los pecados, que nos oprimían; nosotros que, a través de los afanes de la presente vida, como en la aridez del desierto, esperamos el ingreso en la patria celestial tal como se nos ha prometido. En ese mencionado desierto corremos el riesgo de desfallecer, si no nos comunican vigor los dones de nuestro Redentor; si no nos renuevan los sacramentos de su encarnación.
Él es precisamente el maná que, como alimento celestial, nos reconforta para que no desfallezcamos en la andadura de la presente vida; él la roca que nos sacia con dones espirituales; la roca que golpeada por el leño de la cruz, manó de su costado y en beneficio nuestro el agua de la vida. Por eso dice en el evangelio: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed."
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