CARLOMAGNO: “De su aspecto físico nos podemos formar idea por una estatua de bronce dorado del siglo IX, que se guardaba en el tesoro de la catedral de Metz, hoy en el museo de Carnavalet, y por la descripción que de él nos hace su biógrafo Eginardo. Era, según éste, alto y proporcionado, de nariz poco más que mediana y vientre un tanto prominente. Temperamento poderoso, apasionado de la caza y de las carnes asadas, pero parco en la bebida, voz clara y elocuencia copiosa y exuberante…Culturalmente es un autodidacto. De lengua germana, aprendió el latín, que hablaba como su idioma nativo, y el griego, que entendía mejor que lo hablaba; quiso aprender a escribir; pero su mismo biógrafo reconoce que no aprovechó mucho. Su curiosidad sin límites le llevaba a estudiar literatura, historia, teología y a esforzarse por elevar el nivel cultural de su pueblo…
…Su espíritu es el de un rey bárbaro, pero al que su condición de jefe del pueblo cristiano le impone altísimos deberes. Éstos son, ante todo, de orden espiritual: ‘velar por que cada cual, según su inteligencia, sus fuerzas y su situación, se aplique al santo servicio de Dios’, propagar la fe entre los infieles, proteger la Iglesia de Dios contra toda clase de peligros. Carlos aplica hasta el último extremo la fórmula isidoriana de actuar como brazo secular de la Iglesia pues se cree investido de un verdadero sacerdocio…
La grandeza de Carlos, aureolada por la leyenda, fue puesta de manifiesto por los años calamitosos que siguieron a su muerte…” (JOSÉ LACARRA. Historia de la Edad Media. Montaner y Simón. Barcelona. 1979, pp. 278-279)
"Las metas que Carlomagno se propuso en su gobierno fueron tres. La primera, consolidar la religión…La segunda meta brota de la primera: extender la civilización (cristiana)...Y la tercera: instaurar la paz, la vieja ‘pax romana’ vuelta ahora ‘pax Christi in regno Christi’.” (ALFREDO SÁENZ, La Cristiandad y su cosmovisión. Gladius. Buenos Aires. 1992, pp. 17-19)
RENACIMIENTO CULTURAL: "...La contribución vital al renacimiento fue insular, o sea, anglo-irlandesa. Los eslabones que unían a Inglaterra e Irlanda con el continente, en los siglos VII y VIII, eran muchos y complicados. Los carolingios debían mucho a la gran escuela misional de York, por los hombres y por los libros que ésta les había enviado. Inglaterra, en particular, se había convertido en una especie de 'bolsa de compensación' para los libros llevados desde Roma y, por supuesto, desde toda la península itálica, Este movimiento de libros y de hombres fue reforzado por la resolución de los misioneros benedictinos ingleses de mantenerse en contacto con Roma a cualquier precio. Los libros romanos que llegaban a Canterbury, Jarrow, York, Malmesbury, eran copiados allí para uso de los misioneros ingleses en el exterior...De esta manera Inglaterra transportó y exportó la más rara de las mercancías, la cultura, en el momento que más se la necesitaba. Dondequiera se establecieron los misioneros ingleses, los seguían manuscritos también ingleses...
¿Y qué libros? En primer lugar, textos devocionales y bíblicos, materia prima de la enseñanza, pero también textos seculares...
Alcuino, íntimo de Carlomagno, durante un tiempo fue probablemente la mayor contribución individual de Inglaterra al renacimiento continental. No hay sorpresas respecto a Alcuino. Fue un honrado exponente de lo que encontró en San Agustín, San Benito, Casiodoro y Gregorio Magno, y perteneció en cuerpo y alma a la tradición italiana trasmitida a través de Beda y de la escuela de York. Lo que deseaba era trasmitir una tradición recibida. Y esto fue lo que hizo. Un fuerte eco de esta resolución puede encontrarse en la conocida circular de Carlomagno, dirigida a las casas religiosas, sobre la necesidad de cultivar las letras como una apropiada introducción a las Escrituras..." (WALLACE HADRILL, El Oeste Bárbaro. 400-1000)
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