EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO, por Rembrandt

"SEÑOR, Tú no quieres la muerte del pecador; sino que se convierta y viva." (EZEQUIEL 18, 32)

En el cuadro de Rembrandt dedicado al tema podemos observar la técnica del claroscuro y del tenebrismo -rasgos definidores de la pintura barroca-.

Merece contemplarse con detenimiento el rostro del Padre, que se muestra íntegro, y los rostros de los dos hermanos, que sólo aparece en una de sus faces. La mirada del Padre aparece cansada, casi ciega, pero llena de gozo y de emoción contenidas. La cara del hijo menor trasluce anonadamiento y petición de perdón. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el cuadro desde la distancia.

El centro de la obra lo ocupa la fuerza del abrazo y de las manos del Padre; el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo y a su corazón y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar.

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