“El orden social cristiano tiene por causa final de su movimiento el Reino de Dios. Hacia él marchan los miembros sanos de la Iglesia militante, que, conforme al paradigma místico de la vida en Cristo, tratan de conformar su itinerario terrestre. La imitación de Jesús hombre se constituye en modelo que debe adecuarse a los diversos estados de la vida del hombre, pero que de manera especial se logra en aquella situación… (en que) se ha hecho abandono de toda preocupación mundana… para subrayar con vigor el advenimiento (del Reino)...
El cristianismo no es una ideología. No es un aparato conceptual, una suerte de modelo ideal conforme al cual se trata de construir un orden social perfecto… Pero en tanto esta meta supra histórica informa la vida personal y comunitaria del cristiano, va imprimiendo su sello característico a todos sus actos mundanos y por lo tanto transfigura el orden el orden con que actúa el cristiano…
Marcar con fuerza el carácter supramundano del cristianismo y convertirse en la encarnación viva de una permanente plegaria, tal fue el propósito que tuvieron los monjes al separarse del mundo y sostener en la soledad el más alto ideal de la existencia cristiana…
‘La autoridad eclesiástica los aprobaba, los dirigía, y, si era necesario, reprimía los abusos y las exageraciones sospechosas. Ellos eran distinguidos del resto de los fieles y con frecuencia recibían de la Iglesia un lugar de honor, inmediatamente después de los sacerdotes’.” (RUBÉN CALDERÓN BOUCHET, “Formación de la Ciudad Cristiana”)
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