"Este Concilio se inauguró en Constantinopla, pero a raíz de algunos disturbios, se trasladó a NICEA, comenzando allí en 787...
El Concilio afirmó solemnemente la licitud y la conveniencia de la veneración de las imágenes. Luego anatematizó a los iconoclastas...
Los Padres del Concilio juzgaron que el iconoclasmo no era tan sólo un error pastoral, sino una auténtica herejía. Más aún, llegaron a la conclusión de que tanto por su teoría como por sus prácticas, el iconoclasmo compendiaba y recapitulaba las grandes herejías cristológicas del pasado... El Concilio era consciente de estar en perfecta continuidad con el Primer Concilio de NICEA, del 325, donde se había defendido la divinidad del Verbo encarnado. Si Dios se ha hecho hombre, afirmar la legitimidad de la imagen de Cristo significa confesar la verdad de su encarnación. La iconoclastia quedaba derrotada..." (ALFREDO SÁENZ, "El ícono, esplendor de lo sagrado")
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