"Cuando era niño de ocho años, un día cometí una falta que no me parecía grave, y como tal la juzgo también hoy. Mi hermana me reprochó y, después, me llevó al párroco, para que me corrigiera y me castigará. Yo confesé al párroco mi culpa y él, después de haberme ásperamente reprendido, me puso de rodillas en medio de la iglesia. Yo quedé profundamente dolorido y decía dentro de mí: '¿Por qué se ha de tratar tan ásperamente a un niño por una falta leve? Cuando sea grande, quiero hacerme fraile, ser sacerdote y usar mucha misericordia y bondad con las almas de los pecadores."
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