SAN JUAN DE ÁVILA, PREDICADOR Y APÓSTOL EN LA ESPAÑA IMPERIAL

San Juan de Ávila es uno de los grandes referentes culturales y espirituales de la España grande, imperial y mística del siglo XVI. Presentemos una breve biografía del santo:  

     "JUAN DE ÁVILA nació el día de la Epifanía, 6 de enero, en Almódovar del Campo (Ciudad Real, entonces diócesis de Toledo), hijo único de unos padres muy cristianos y en muy buena posición económica y social. A los 14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la Universidad de Salamanca, pero abandonó estos estudios al concluir el cuarto curso, decidió regresar al domicilio familiar para dedicarse a reflexionar y orar.
     Con el propósito de hacerse sacerdote y marchar después como misionero a las Indias, en 1520 realizó estudios de Artes y Teología en la prestigiosa Universidad de Alcalá. Recibida la ordenación de presbítero en 1529, celebró la primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo. Como ya habían muerto sus padres, para festejar el acontecimiento invitó a su mesa a doce pobres y decidió vendar su cuantiosa fortuna procedente de las minas de plata que poseía la familia y darlo todo a los más necesitados. A continuación marchó a Sevilla para esperar el momento de embarcar hacia Nueva España (México).
     Mientras tanto se dedicó a la predicación en la ciudad y en las localidades cercanas. Allí se encontró con el sacerdote amigo Fernando de Contreras, mayor que él y prestigioso catequista, a quien había conocido cuando éste se doctoraba en Alcalá. Entusiasmadamente por el modo de predicar del joven sacerdote Ávila, consiguió que el Arzobispo hispalense le hiciera desistir de su idea de ir a América para quedarse en Andalucía, donde urgía consolidar la fe de los creyentes después de siglos de dominación musulmana. Juan de Ávila permaneció en Sevilla, compartiendo casa, pobreza y vida de oración con Fernando de Contreras y, a la vez que se dedicaba asiduamente a la predicación y a la dirección espiritual de personas, continuó estudios de Teología en el Colegio Santo Tomás de Sevilla.
     Pero sus éxitos apostólicos se vieron pronto nublados por una denuncia a la Inquisición, acusado de haber sostenido algunas doctrinas sospechosas. Mientras tuvo lugar el proceso, entre 1531 y 1533 quedó recluido en la cárcel. Allí se dedicó asiduamente a la oración, y durante esta dura situación recibió la gracia de penetrar con singular profundidad en el misterio del amor de Dios y el gran «beneficio» hecho a la humanidad por Jesuscristo nuestro Redentor. En adelante será éste el eje de su vida espiritual y uno de los temas centrales de su actividad evangelizadora. En la cárcel escribió la primera versión de su obra más conocida, el tratado de vida espiritual Audi, filta, dedicado a doña Sancha Carrillo, una distinguida joven a quien seguía orientando espiritualmente después de su clamorosa conversión.
     Emitida la sentencia absolutoria en 1533, continuó predicando con notable éxito ante el pueblo de y las autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba, diócesis en la que quedó incardinado, y donde conoció a su discípulo, amigo y primer biógrafo, el dominico Fray Luis de Granada. Poco después, en 1536, fijó su residencia en Granada, donde también continuó estudios y comienza a figurar con el título de Maestro.
     Viviendo muy pobremente y dedicándose a la oración y a la predicación, fue centrando su interés en mejorar la formación de quienes se preparaban para el sacerdocio, para lo que fundó Colegios mayores y menores, que después de Trento, habrían de convertirse en seminarios conciliares. Para el Maestro de Ávila, la reforma de Iglesia, que cada vez consideraba más necesaria, pasaba por la mayor santidad de clérigos, religiosos y fieles.
Sonadas conversiones como las del Marqués de Llombat, que llegó a ser san Francisco de Borja, o la de Juan Cidad -san Juan de Dios- y, sobre todo, su dedicación a la gente sencilla junto con la fundación de los niños y jóvenes, jalonan la vida del Maestro de Ávila. Fundó incluso una Universidad, la de Baeza (Jaén), que durante siglos fue un destacado referente para la cualificada formación de los sacerdotes.
     Después de recorres Andalucía y parte de Extremadura orando y predicando, ya enfermo, en 1554 se retiró definitivamente a Montilla (Córdoba), donde ejerció su apostolado a través de abundante correspondencia y perfiló algunas de sus obras. Además de un catecismo o Doctrina cristiana en verso para que lo cantaran los niños y evangelizaran así a los mayores, el Maestro de Ávila es autor del conocido Tratado del amor de Dios, del Tratado sobre el sacerdocio y de otros escritos menores.
Aquejado de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos y acompañado de sus discípulos y amigos, el Maestro de Ávila entregó su alma al Señor en su humilde casa de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569. Santa Teresa de Jesús, al enterarse de la noticia, no dudó en exclamar: lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna.
     En 1623 se instruyó en la archidiócesis de Toledo su Causa de canonización. El papa Benedicto XIV aprobó y elogió su doctrina y escritos en 1742. El 4 de abril de 1894 León XIII lo beatificó. En 1946 fue nombrado patrono del clero secular de España por Pío XII y Pablo VI lo canonizó el 31 de mayo de 1970. Fue proclamado Doctor de la Iglesia el 7 de octubre de 2012, junto a Santa Hildegarda de Bilden, por el papa Benedicto XVI." (https://iglesiaactualidad.wordpress.com/2012/10/06/biografia-de-san-juan-de-avila/)
     En la Carta Apostólica del 7 de octubre del 2012 proclamando al santo Doctor de la Iglesia, dice Benedicto XVI:

     "Caritas Christi urget nos (2 Co 5, 14). El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, es la clave de la experiencia personal y de la doctrina del Santo Maestro Juan de Ávila, un «predicador evangélico», anclado siempre en la Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y referente cualificado para la «Nueva Evangelización».
     La primacía de la gracia que impulsa al buen obrar, la promoción de una espiritualidad de la confianza y la llamada universal a la santidad vivida como respuesta al amor de Dios, son puntos centrales de la enseñanza de este presbítero diocesano que dedicó su vida al ejercicio de su ministerio sacerdotal.
     El 4 de marzo de 1538, el Papa Pablo III expidió la Bula Altitudo Divinae Providentiae, dirigida a Juan de Ávila, autorizándole la fundación de la Universidad de Baeza (Jaén), en la que lo define como «praedicatorem insignem Verbi Dei». El 14 de marzo de 1565 Pío iv expedía una Bula confirmatoria de las facultades concedidas a dicha Universidad en 1538, en la que le califica como «Magistrum in theologia et verbi Dei praedicatorem insignem» (cf. Biatiensis Universitas, 1968). Sus contemporáneos no dudaban en llamarlo «Maestro», título con el que figura desde 1538, y el Papa Pablo VI, en la homilía de su canonización, el 31 de mayo de 1970, resaltó su figura y doctrina sacerdotal excelsa, lo propuso como modelo de predicación y de dirección de almas, lo calificó de paladín de la reforma eclesiástica y destacó su continuada influencia histórica hasta la actualidad...
Juan de Ávila fue contemporáneo, amigo y consejero de grandes santos y uno de los maestros espirituales más prestigiosos y consultados de su tiempo.
     San Ignacio de Loyola, que le tenía gran aprecio, deseó vivamente que entrara en la naciente Compañía de Jesús; no sucedió así, pero el Maestro orientó hacia ella una treintena de sus mejores discípulos. Juan Ciudad, después San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria, se convirtió escuchando al Santo Maestro y desde entonces se acogió a su guía espiritual. El muy noble San Francisco de Borja, otro gran convertido por mediación del Padre Ávila, que llegó a ser Prepósito general de la Compañía de Jesús. Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, difundió en sus diócesis y por todo el Levante español su método catequístico. Otros conocidos suyos fueron San Pedro de Alcántara, provincial de los Franciscanos y reformador de la Orden; San Juan de Ribera, obispo de Badajoz, que le pidió predicadores para renovar su diócesis y, arzobispo de Valencia después, tenía en su biblioteca un manuscrito con 82 sermones suyos; Teresa de Jesús, hoy Doctora de la Iglesia, que padeció grandes trabajos hasta que pudo hacer llegar al Maestro el manuscrito de su Vida; San Juan de la Cruz, también Doctor de la Iglesia, que conectó con sus discípulos de Baeza y le facilitaron la reforma del Carmelo masculino; el Beato Bartolomé de los Mártires, que por amigos comunes conoció su vida y santidad y algunos más que reconocieron la autoridad moral y espiritual del Maestro.
     Aunque el «Padre Maestro Ávila» fue, ante todo, un predicador, no dejó de hacer magistral uso de su pluma para exponer sus enseñanzas. Es más, su influjo y memoria posterior, hasta nuestros días, están estrechamente vinculados no sólo con el testimonio de su persona y de su vida, sino con sus escritos, tan distintos entre sí.
Su obra principal, el Audi, filia, un clásico de la espiritualidad, es el tratado más sistemático, amplio y completo, cuya edición definitiva preparó su autor en los últimos años de vida. El Catecismo o Doctrina cristiana, única obra que hizo imprimir en vida (1554), es una síntesis pedagógica, para niños y mayores, de los contenidos de la fe. El Tratado del amor de Dios, una joya literaria y de contenido, refleja con qué profundidad le fue dado penetrar en el misterio de Cristo, el Verbo encarnado y redentor. El Tratado sobre el sacerdocio es un breve compendio que se completa con las pláticas, sermones e incluso cartas. Cuenta también con otros escritos menores, que consisten en orientaciones o Avisos para la vida espiritual. Los Tratados de Reforma están relacionados con el concilio de Trento y con los sínodos provinciales que lo aplicaron, y apuntan muy certeramente a la renovación personal y eclesial. Los Sermones y Pláticas, igual que el Epistolario, son escritos que abarcan todo el arco litúrgico y la amplia cronología de su ministerio sacerdotal. Los comentarios bíblicos —de la Carta a los Gálatas a la Primera carta de Juan y otros— son exposiciones sistemáticas de notable profundidad bíblica y de gran valor pastoral.
     Todas estas obras ofrecen contenidos muy profundos, presentan un evidente enfoque pedagógico en el uso de imágenes y ejemplos y dejan entrever las circunstancias sociológicas y eclesiales del momento. El tono es de suma confianza en el amor de Dios, llamando a la persona a la perfección de la caridad. Su lenguaje es el castellano clásico y sobrio de su tierra manchega de origen, mezclado a veces con la imaginación y el calor meridional, ambiente en que transcurrió la mayor parte de su vida apostólica.
Atento a captar lo que el Espíritu inspiraba a la Iglesia en una época compleja y convulsa de cambios culturales, de variadas corrientes humanísticas, de búsqueda de nuevas vías de espiritualidad, clarificó criterios y conceptos.
     En sus enseñanzas el Maestro Juan de Ávila aludía constantemente al bautismo y a la redención para impulsar a la santidad, y explicaba que la vida espiritual cristiana, que es participación en la vida trinitaria, parte de la fe en Dios Amor, se basa en la bondad y misericordia divina expresada en los méritos de Cristo y está toda ella movida por el Espíritu; es decir, por el amor a Dios y a los hermanos. «Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con que el Padre nos dio a su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas» (Carta 160), escribe. Y también: «Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca» (Ib. 62), por esto, «la prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo» (Ib. 103). Manifiesta también gran aprecio a las cosas creadas, ordenándolas en la perspectiva del amor.
     Al ser templos de la Trinidad, alienta en nosotros la misma vida de Dios y el corazón se va unificando, como proceso de unión con Dios y con los hermanos. El camino del corazón es camino de sencillez, de bondad, de amor, de actitud filial. Esta vida según el Espíritu es marcadamente eclesial, en el sentido de expresar el desposorio de Cristo con su Iglesia, tema central del Audi, filia. Y es también mariana: la configuración con Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, es un proceso de virtudes y dones que mira a María como modelo y como madre. La dimensión misionera de la espiritualidad, como derivación de la dimensión eclesial y mariana, es evidente en los escritos del Maestro Ávila, que invita al celo apostólico a partir de la contemplación y de una mayor entrega a la santidad. Aconseja tener devoción a los santos, porque nos manifiestan a todos «un grande Amigo, que es Dios, el cual nos tiene presos los corazones en su amor [...] y Él nos manda que tengamos otros muchos amigos, que son sus santos» (Carta 222).
     Si el Maestro Ávila es pionero en afirmar la llamada universal a la santidad, resulta también un eslabón imprescindible en el proceso histórico de sistematización de la doctrina sobre el sacerdocio. A lo largo de los siglos sus escritos han sido fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal y se le puede considerar como el promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares. Su influencia se detecta en muchos autores espirituales posteriores.
     La afirmación central del Maestro Ávila es que los sacerdotes, «en la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor» (Carta 157), y que actuar in persona Christi supone encarnar, con humildad, el amor paterno y materno de Dios. Todo ello requiere unas condiciones de vida, como son frecuentar la Palabra y la Eucaristía, tener espíritu de pobreza, ir al púlpito «templado», es decir, habiéndose preparado con el estudio y con la oración, y amar a la Iglesia, porque es esposa de Jesucristo."

   El santo tuvo un gran influjo en el místico Siglo de Oro español. Un artículo del año 2015 se refiere a su relación con el desarrollo de la espiritualidad teresiana:

        "Santa Teresa de Jesús, desde los comienzos de su vida espiritual (1554), está aturdida porque ya no encuentra apoyo ni ayuda en los libros que lee...ni en los confesores...Sólo encuentra apoyo, comprensión y consejos válidos en aquellas lecturas, y sobre todo, en aquellas personas que, como hemos visto, son discípulos y amigos de San Juan de Ávila, como son Francisco de Borja s.j., fr. Luis de Granada, el padre jesuita Baltazar Álvarez, y San Pedro de Alcántara, principalmente. Estos santos varones son las personas claves en ayudar en los años decisivos, entre 1554-1562, a sostener y fundamentar su vida de intensa unión con Dios y como evangelizadora, y todos ellos han bebido del magisterio del Santo Maestro San Juan de Ávila. Amén de las lecturas que la santa pueda haber tenido directamente de las obras hasta entonces publicadas del Maestro...y...la aprobación del 'Libro de la Vida' que le hace San Juan de Ávila en la Carta 158 de 12 de setiembre de 1568 será decisiva para que Santa Teresa de Jesús se afiance en su camino de intensa unión con Dios...(P)or tanto,...San Juan de Ávila no sólo es la puerta y la llave de Oro de la mística española, al aprobar el camino de oración y vida de la mística doctora, sino que es su verdadero maestro, amén de la acción del gran Maestro de ella y de todos, que es el Espíritu Santo." (F. JAVIER DÍAZ LORITE, "San Juan de Ávila, maestro de Santa Teresa de Jesús", en Estudios Eclesiásticos. Revista de investigación e información teológica y canónica https://revistas.comillas.edu/index.php/estudioseclesiasticos/article/view/7055)



ritual (1554), está aturdida porque ya no encuentra apoyo ni ayuda en los libros que lee, Tercer Abecedario de Osuna, fundamentalmente, ni en los confesores, quienes hasta consideran su camino como cosa del

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