UNA GESTA ANCLADA EN LOS FUNDAMENTOS DE LA HISPANIDAD: MALVINAS

En su obra “Hacia la Cristiandad”, el Padre Julio Meinvielle se refiere a tres de las naciones del Occidente Cristiano, y a la vocación recibida por cada una de ellas en el seno de la Cristiandad. En Italia, Roma representa la Fe, y está fundamentada sobre el apóstol San Pedro. En el extremo occidental de Europa, España, bajo el patrocinio del apóstol Santiago, llevó adelante las batallas de Dios, fundada en la virtud de la Esperanza. Francia, la “hija primogénita de la Iglesia”, representa la caridad, virtud en la que brilló el apóstol San Juan. De este modo, el Padre Julio relaciona, pues, a cada una de estas naciones con uno de los tres apóstoles más íntimos del Señor, y con una virtud teologal: “Y así como tres son las virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, sin las cuales no es posible concebir el cristianismo y con sólo las cuales el cristianismo es una hermosa realidad y así como con Pedro, Santiago y Juan, símbolos de estas tres virtudes, se formó alrededor de Cristo el núcleo esencial del apostolado cristiano; del mismo modo, con Roma, España y Francia, queda en substancia constituida la Cristiandad”[1].

     La Cristiandad entró en un proceso de disolución y de desintegración a partir del siglo XV con el Renacimiento[2], proceso que condujo a la ruptura protestante en el XVI, y luego a las convulsiones revolucionarias de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX[3]. Sin embargo, mientras la Cristiandad sufría este descalabro, España unida por los Reyes Católicos salía fortalecida de los ocho siglos de lucha contra el Islam, lanzándose a la conquista del Nuevo Mundo,  creando, allende los mares, “nuevas cristiandades”: “Allá en 1453, Constantinopla caía en poder de los turcos, y con ella la puerta extrema de la fortaleza europea. Roma, segunda vez fracasada, cedía el paso a una nueva edad. Pero otra Roma –la España romana, visigótica y celtíbera- amanecía entonces en el cuadrante de la rosa, y aquella edad que para Europa comenzaba con un fracaso (…) tuvo una España que, revolviéndose todavía contra la dominación africana, acuñó ducados y partió en demanda de tierras de infieles. La más europea de las naciones de Europa cerraba la frontera (…) y abría la puerta del mar. Hacia el Oriente la cristiandad se debatía en la miseria de su pequeñez provinciana; hacia el Poniente, España –señora y señera- se lanzaba alucinadamente a la conquista de la Cruz del Sur. Europa, toda la Europa transpirenaica, vivía la historia del Renacimiento, mientras España, toda la España preamericana, preparaba la historia del Descubrimiento. Del otro lado de los Pirineos la otra Europa armaba su tinglado sobre un paisaje cruzado de carreras de faunos perseguidores de ninfas; de este lado de los Pirineos la otra Europa armaba carabelas para rescatar a un continente de la idolatría”[4]. Esta nueva Cristiandad, la Hispanidad, se constituía de este lado del océano, fundada sobre las bases del Derecho natural y cristiano. Afirma Ernesto Palacio en su excelente Historia de la Argentina: “Puede decirse, en un sentido general, que para los Austrias estos países eran provincias del vasto imperio, poblados por vasallos fieles e iguales en sus derechos a los de la península: idea que impregna toda la legislación de Indias.”[5]

     Desde finales del siglo XVIII, como consecuencia de las políticas centralizadoras y absolutistas llevadas adelante por los Borbones y de los estragos desencadenados a partir de la Revolución Francesa,  comienza la desarticulación del Imperio Español. Esta situación llevó a las regiones de América a luchar por su independencia para no seguir la suerte de la Metrópoli.  Bravos guerreros –Saavedra, Belgrano, San Martín, Güemes, Artigas-, conquistaron la soberanía política de nuestra Patria con el filo del acero. “Expresión carnal, concreta, viviente de la Patria en soberanía, son las Fuerzas Armadas; con ellas ingresa en la Historia Universal y con ellas perece. Misión específica de las Armas es la defensa de la unidad, de la integridad y del honor, así como de todo lo que es esencial y permanente en la Patria: los supremos intereses de la Nación. Y es herencia sagrada del primer Ejército patricio que comandó don Cornelio Saavedra y del Ejército de la Independencia que organizó y condujo a la victoria el héroe nacional don José de San Martín”[6]. La obra de San Martín fue completada por la férrea defensa que hizo de nuestra soberanía el Restaurador don Juan Manuel de Rosas. El mimo Libertador lo reconocía en su Testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina D. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”. Al fallecer el General San Martín, su yerno Mariano Balcarce escribe a Rosas: “Tan pronto como se presente una ocasión segura, tendré el honor de remitir a V.E. esa preciosa memoria legada al Defensor de la Independencia Americana por un viejo soldado cuyos servicios a la Patria se ha dignado V. E., recordar constantemente en términos tan lisonjeros como honrosos.”

     En 1982, el conflicto por Malvinas mostró que existía una Argentina profunda, heredera de la Patria vieja -hispana–: la de los Reyes Católicos y los conquistadores; y de la Patria nueva –criolla- gestada por los ejércitos de San Martín y Belgrano, cuya soberanía fue defendida bravamente en tiempos de Rosas. Esa Argentina profunda estuvo representada por un puñado de héroes capaces de batirse, Rosario al cuello, por Dios y por la Patria. El mundo no le pudo perdonar a la Argentina este “pecado” de haber desafiado al Orden Internacional liberal y masónico, como un lustro antes lo hizo con el marxismo. Nos dice al respecto Alberto Caturelli:   

     “Ese núcleo de pensar originario –interiorista, realista y trascendentista- sabe que la historia no la hace solamente la libertad del hombre sino también la libertad de Dios, cuyo acto creador y conservador acompaña todo acto libre hasta su fin. Por eso, nuestras Malvinas e islas del Atlántico Sur, por designio de la Providencia que es coautora de la historia, como blancas ovejas separadas del rebaño, se han cargado de un simbolismo histórico. La rebelde Argentina, que ha sabido resistir tantas veces la agresión espiritual y material de Albión y Leviatán, el 2 de abril de 1982 se atrevió, en nombre del derecho aniquilado en la reunión de Harmagedón, a exigir lo que ha sido siempre suyo; y también ha sabido del dolor lacerante del 14 de junio. Este dolor de lo que está pendiente, es más fructífero de lo que muchos imaginan y las Malvinas se han convertido en el símbolo de toda Iberoamérica, como signo de la síntesis del espíritu descubridor cristiano y de lo originario abierto a la originalidad del futuro. Signo de la resistencia de Hispanoamérica a las fuerzas de los imperios seculares del orbe y símbolo de unidad de nuestros pueblos. Precisamente en los momentos difíciles de la historia, surge la fortaleza como la virtud más necesaria porque es el hábito que sostiene el ánimo para que resista y ataque los máximos peligros. Si es verdad que Inglaterra –si los gauchos del aire y del mar hundían los buques principales de su flota- tenía previsto un ataque nuclear contra Córdoba, hemos de pensar que el gesto argentino y las Malvinas mismas implican un significado histórico de tal trascendencia que el espíritu del Harmagedón estaba dispuesto al holocausto. Las Malvinas, pues, son símbolo de unidad de Hispanoamérica y signo de la síntesis del espíritu descubridor cristiano y la originariedad que funda la novedad de nuestro propio mundo, última esperanza de la verdadera tradición de Occidente. Por la sagrada patria argentina, por la patria grande hispanoamericana y por la tradición cristiana, dejaron sus huesos los héroes de Malvinas.”[7]

     La acción de recuperación de nuestras Islas Malvinas llevó el nombre de Operativo Rosario. Justamente el rosario, como durante las invasiones de 1806 y 1807, estuvo presente entre los bravos guerreros de aquella epopeya.

Banderas de Argentina y de todo el mundo: Banderas de la ...


[1] Meinvielle, Julio. Hacia la Cristiandad. Adsum, Buenos Aires, 1940, pp.53-54. Siguiendo la metodología propuesta por el Padre Meinvielle se podría reflexionar acerca de la vocación de cada una de las grandes naciones cristianas: Austria, la gran heredera del Sacro Imperio; Alemania, espada de Cristiandad protegiendo el centro de Europa; la Santa Rusia, como la prolongación del Imperio de Oriente para llevar a esas regiones la Luz de la Fe….

[2] Podríamos llevar el proceso un siglo más atrás con el desarrollo del Nominalismo.

[3] Muchos autores se han ocupado de analizar el proceso del desarrollo del Mundo Moderno, al que algunos han calificado como “Revolución Mundial Anticristiana”. Entre nosotros podemos encontrar el estudio de este proceso en autores como Julio Meinvielle, Alfredo Sáenz o Rubén Calderón Bouchet, por citar algunos referentes de importancia. En su obra La Cristiandad y su cosmovisión, afirma el Padre Sáenz: “Por cierto que el Evo Moderno no apareció de la mañana a la noche. Algunas de sus líneas ya comenzaron a insinuarse durante el transcurso de la Edad Media, especialmente en sus postrimerías. Comenzó, por ejemplo, a atribuirse un valor nuevo al dinero, con la consiguiente inclinación al lucro; la unidad política empezó a agrietarse y el Imperio se fue volviendo una ficción; en el orden de la cultura, las ciencias y las artes, que justamente habían ido adquiriendo una sana autonomía, seguirían su camino centrífugo, pero ahora en detrimento de sus subordinación esencial a la teología” (Gladius. Buenos Aires. 1992, p. 347).

[4] Anzoátegui, Ignacio B. Escritos y discursos a la Falange. Editorial Santiago Apóstol. Ediciones Nueva Hispanidad. Buenos Aires. 1999, pp. 15-16.

[5] Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina. 1515-1983. Abeledo Perrot. 1988, p. 105.

[6] Genta, Jordán Bruno. “Guerra Contrarrevolucionaria”, en Jordán Bruno Genta. Biblioteca del pensamiento nacionalista argentino. Dictio. Buenos Aires. 1976, p. 461. Genta pone de manifiesto en sus obras la diferencia entre “soberanía nacional” y “soberanía popular”. La primera tiene que ver con la soberanía de nuestra Nación con respecto al resto del Mundo, se relaciona con nuestra justa Independencia como Estado. En tanto el concepto de “soberanía popular” tiene su origen en la Revolución Francesa, y considera al individuo como ser autónomo sin relación con ningún principio metafísico ni religioso. Este ser autónomo, sumado a los otros individuos autónomos, se “une” en el cuerpo social a través de un “contrato”, derivando de esa “suma de individuos” la ´”soberanía”, el “poder supremo”. Este error, origen de toda forma de liberalismo, fue siempre condenado por la Iglesia ya que desconoce la heteronomía del hombre. Todo poder tiene su origen en Dios como Creador de la naturaleza, y no en el hombre. Es necesario indicar, sin embargo, que este origen divino de la Autoridad no tiene nada que ver con el “Derecho  divino de los Reyes” de tiempos del Absolutismo, ya que dicha teoría es de origen protestante y surgió para “convertir” a los príncipes en cabezas de las “iglesias nacionales”, confundiendo el ámbito de lo natural con el de lo sobrenatural, lo político con lo religioso. Se debe aclarar también que dejando de lado el concepto de “soberanía popular”, que es rechazable ya de por sí, todo soberanía, incluso la legítima, es relativa. La Cristiandad medieval no conoció este principio. Y la idea de un Estado soberano se origina en la Modernidad con Maquiavelo y Bodino. Sin embargo, cuando Genta hace una defensa ardiente de la soberanía nacional contraponiéndola al nefasto principio de “soberanía popular”, lo que él defiende es la independencia de las naciones con respecto a las ideologías perversas que dominan el mundo moderno, sobre todo el tiempo en el que él escribió: el liberalismo, y su derivado el marxismo. Estas ideologías estaban encarnadas en las superpotencias de entonces –EEUU y URSS-, a las que Genta no quería que se sometiera nuestra Patria. Es necesario hacer esta aclaración, sobre todo hoy para evitar la denuncia que hacen sectores carlistas tradicionalistas contra el concepto de “soberanía”, defendido por el nacionalismo.

[7] Caturelli, Alberto. La Patria y el Orden Temporal. El simbolismo de las Malvinas. Gladius. Buenos Aires. 1993, pp. 250-251. Unas páginas antes el autor nos explicaba lo que entiende por los imperios de Albión, de Leviatán,  y por reunión de Harmagedón. Por Albión, entiende a la Inglaterra moderna, que rompe con la Cristiandad a partir de Enrique VIII –recogiendo la herencia disolvente que arranca con el nominalismo, en el orden filosófico-teológico, y con Marsilio de Padua, en el orden sociopolítico-. Por Leviatán, a los Estados Unidos, con su destino manifiesto, su democracy de exportación, y toda una concepción que está en las antípodas de la hispánica, heredera de la Cristiandad medieval. Por reunión del Harmagedón, hace referencia al mundo posterior a Yalta (pp. 235-246).


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