HISPANIDAD Y MODERNIDAD: LAS DOS CIUDADES AGUSTINIANAS

Los orígenes de nuestra historia patria están enmarcados en el contexto de lo que se conoce como Hispanidad. La Hispanidad es el conjunto de pueblos que formaban parte del Imperio Español, que tenían una misma alma -su Fe-, y que hablaban una misma lengua. La Hispanidad se construye a partir de la gesta descubridora, colonizadora y evangelizadora. Tiene su comienzo, por lo tanto, el 12 de octubre de 1492. Es necesario aclarar que si bien el desarrollo de la Hispanidad se produce durante el tiempo histórico conocido como Edad Moderna, sin embargo los pueblos hispánicos presentan profundas diferencias con la evolución del resto de Europa durante dicho período. La Edad Moderna se caracterizó por la ruptura progresiva del hombre europeo con los vínculos existenciales que lo ataban a la tradición, a la Iglesia y, en definitiva, a Dios. Se trata del esfuerzo fáustico por construir un mundo en el que el hombre tenga cada vez “más cosas” y “más poder”, desligado de toda vocación trascendente. La Hispanidad, por su parte, fue la continuación, por parte de los pueblos españoles, de la Cristiandad Medieval -y de los valores, ideales, y misión, que ésta había asumido-.

     Estableceremos a continuación algunas de las características fundamentales de la Civilización Moderna y de la Civilización Hispánica.

La Modernidad

     Ésta comienza en el silgo XV con el Renacimiento. Sus valores se fueron desarrollando a lo largo de las dos centurias siguientes (XVI y XVII), llegando a su plenitud en las transformaciones del siglo XVIII, las cuales tuvieron honda repercusión en los siglos XIX y XX.

     La Edad Moderna fue el tiempo en el que se conformó y consolidó el Estado centralizado y absoluto; el capitalismo se extendió por el globo; la unidad religiosa de Europa se quebró por obra de la Reforma Protestante; el saber se volcó hacia el utilitarismo, promoviendo aquellas ciencias que le permitieran al hombre alcanzar un “dominio” sobre la naturaleza y obtener un provecho material.

a) El Estado Moderno: La Cristiandad Medieval estuvo constituida por una diversidad de poderes que tendían a una “armonía” y “orden”, cuya jerarquía culminaba en el “Imperio” y el “Papado”. Por debajo de estas instituciones supremas se encontraban los Reyes, y feudatarios de estos últimos eran los otros estratos de la Nobleza.

   La Monarquía tenía, por tanto, un poder limitado; tanto por “arriba” -por parte del Imperio y de la Iglesia-, como por “abajo” -a través de los derechos y privilegios de la Nobleza, las ciudades y las distintas corporaciones-. Se debía, comprometer, por lo tanto, a respetar y proteger dichas instituciones. Por otra parte, todo el mundo aceptaba que existía un conjunto de leyes, dadas por la tradición y la costumbre, la Iglesia, la Naturaleza, y el mismo Dios, que los Reyes debían respetar y hacer respetar, y a partir de las cuales debían establecer el Derecho en la comunidad. La principal misión del Monarca se consideraba que era realizar la “Justicia” en la sociedad. El Rey no creaba la Ley, sino que la hacía efectiva a través de un Orden Justo.

   En la Edad Moderna todo esto se modifica. Los monarcas modernos, sobre todo en Francia, procuran centralizar el Poder del Estado a costa de los cuerpos intermedios -Nobleza, ciudades, corporaciones, clero-. A su vez se desconoció a las instancias superiores (Imperio y Papado), y el Estado se convirtió en “Soberano” (supremo). La Iglesia nacional pasó a ser más una “parte” del Estado francés que una institución universal dependiente de la Suprema autoridad romana (el Papa).

   Además, comenzaba a difundirse -sobre todo a partir de la Reforma Protestante- la doctrina del “derecho divino de los Reyes”. El poder real, según estas teorías, era directamente conferido por Dios, quedando, de este modo, la figura del Rey por encima de toda otra institución, incluida la Iglesia. Por otra parte, el Estado dejó de ser el “administrador de la Justicia”, a través del cumplimiento de la Ley Divina, Natural y consuetudinaria, y se convirtió en el promulgador de la Ley.

   Estas modificaciones políticas fueron acompañadas de toda una elaboración intelectual justificadora de las nuevas prácticas, en las que se destacaron Jean Bodin y Nicolás Maquiavelo. El primero elaborando las bases teóricas del Estado absolutista francés. El segundo separando la práctica política de la Moral. Desde este momento ya no se requerirá de la Sabiduría para ser un príncipe justo, sino de la astucia para ser un gobernante hábil. En este contexto surge el concepto de “razón de Estado”, fundamento de las nuevas políticas aplicadas por los príncipes renacentistas. 

b) La Reforma Protestante: El siglo XVI fue protagonista de un profundo movimiento de ruptura y de reforma religiosa. La Iglesia vivía una situación crítica desde el siglo XIV, la cual desembocó en el cisma del siglo XVI, provocado por Martín Lutero y todos los pseudorreformadores que con él surgieron. La Reforma Protestante rompió con la Iglesia Jerárquica, con su autoridad y Magisterio, y desconoció la acción santificadora de los Sacramentos. Al desconocer la autoridad de la Iglesia traspasó el Poder religioso al Estado, convirtiéndolo en suprema instancia política y religiosa, fortaleciendo, de este modo, el Estado absolutista y las nuevas teorías políticas que lo acompañaron.

     La Iglesia, a su vez, procuró una auténtica Reforma a través del Concilio de Trento, el cual procuró poner orden en el interior de la Iglesia, reafirmando al mismo tiempo, la doctrina tradicional -entre otros puntos, el de la acción santificadora de los sacramentos, y la necesaria acción voluntaria del hombre, el cual a través de sus actos buenos y meritorios acompaña el desarrollo de la gracia que los sacramentos producen en su alma-. Al mismo tiempo, se promovió la elaboración de un Catecismo, en el que los sacerdotes y los fieles puedan tener una síntesis de la Fe recta, y se impulsó la acción misionera y evangelizadora en tierra de infieles. En el Concilio de Trento tuvieron activa participación los miembros de una nueva Orden religiosa de origen español: la Compañía de Jesús o Jesuitas, fundada por San Ignacio de Loyola.  

c) El Capitalismo: Los orígenes de la Edad Media se caracterizaron por el gran impulso y desarrollo que tuvieron las actividades económicas, en particular  el comercio a escala planetaria -gracias a los descubrimientos y expansión naval de la época-. Esta expansión dio origen al Capitalismo. Las nuevas prácticas económicas abandonaron los postulados teológicos medievales que condenaban la usura (prestar dinero a cambio de excesivos intereses), y ligaban la economía a la moral a través de las doctrinas del “Precio Justo” y del “Lucro Honesto”, que procuraban poner un límite a la avaricia desmedida que suelen tener los hombres de negocios. Todo este modo de concebir la vida humana y económica iba acompañado de un sistema regulatorio de la economía a través de los “Gremios” de oficios -corporaciones que agrupaban jerárquicamente a aquellos que ejercían un mismo oficio-, y que dirigía la producción y comercialización de las mercaderías.

   El Capitalismo moderno procuró romper los marcos regulatorios y lanzarse a la búsqueda sin límites del “lucro”. El fin de la economía pasó a ser producir para vender, y vender para ganar. Ganar para invertir en nuevos negocios, e invertir para ganar más. El prototipo del nuevo sistema económico fue el burgués, hombre abocado a los negocios y al ahorro, lo cual le permitiría amasar fortunas e intentar nuevos negocios. El lema que sintetiza la mentalidad de este personaje social típicamente moderno es: “El tiempo es oro”. Este tipo de economía y de mentalidad favoreció una concepción más individualista -y menos corporativa- de la vida social. La competencia se convirtió en ley por excelencia del desarrollo económico.

     El desarrollo del comercio a escala mundial permitió a muchas familias de burgueses conseguir grandes fortunas. Estas riquezas los impulsaron a convertirse en prestamistas, dando origen a la actividad bancaria. También comenzaron a conformarse sociedades comerciales en las que los miembros recibían partes proporcionales de las mismas a través de “acciones”. Éstas se convirtieron, a su vez, en objeto de transacción, dando origen esta práctica a las “Bolsas”, lugares donde se compraban y vendían acciones.

     En sus comienzos, el naciente Estado moderno procuró encauzar el desarrollo de la economía capitalista, convirtiéndose en el nuevo regulador del proceso económico. Se pasó, de este modo, de un tipo de economía familiar y regulada por las corporaciones a una de escala mayor regulada por el Estado, el cual favorecía a unas empresas a costa de otras, fomentando, además, la exportación de los propios productos nacionales, poniendo trabas a la importación de otros de origen extranjero. Esta práctica estatizante de la economía recibió el nombre de Mercantilismo. En el siglo XVIII surgieron teorizadores partidarios de una economía totalmente libre, no regulada ni por pautas morales -como en la Edad Media-, ni por las directivas del Estado -como lo hizo el Mercantilismo. El único marco regulatorio debía ser, para los nuevos pensadores, el “Mercado”. Estas teorías recibieron el nombre de “Liberalismo”.

d) Los nuevos paradigmas intelectuales: La Edad Media se había caracterizado por la búsqueda de la Sabiduría. Tanto los monjes en sus claustros, como los doctores y estudiantes de las Universidades, procuraban acceder a un conocimiento profundo de la realidad, la cual era captada como un “espejo” en el que se reflejaba la Majestad del Creador. El mundo era concebido, de este modo, como un ámbito sacro, jerárquico, ordenado y bello, producto de una Inteligencia Suprema, que puede ser percibido por la inteligencia creada del hombre -rey de la Creación y ser contemplativo por excelencia-. La contemplación tenía de este modo, una supremacía evidente sobre la acción; y la “actividad” del monje y del teólogo era considerada superior y más noble que la del hombre activo, en particular el dedicado a las actividades económicas. El hombre contemplativo, y abierto por lo tanto a la Sabiduría, era el que naturalmente debía regir y orientar la acción del activo.

     En la Edad Moderna todo esto se modifica radicalmente. La realidad deja de ser vista como una realidad sacra y pasa a ser considerada  como un bien a dominar. Esta nueva concepción orienta al hombre hacia la producción de un saber “útil”, sobre todo de aquellas ciencias que le permiten el conocimiento de esa gran “maquinaria” que es el mundo -como la Física, la Astronomía, y la Química-. Esta concepción está ligada al desarrollo del capitalismo y a la mentalidad burguesa que lo acompaña. 

La Hispanidad

     La cultura hispana se mantuvo, durante los dos primeros siglos de la Modernidad -XVI y XVII-, fiel a los principios cristianos gestados durante la Edad Media enriqueciéndolos con las nuevas inquietudes.

 -El Imperio de los Austrias: Los Reyes de la Casa de Austria, herederos de los Reyes Católicos, favorecieron la consolidación de un Estado moderno pero manteniéndose fieles a los conceptos de Justicia y Bien Común propios de la Teología escolástica. El Rey era considerado como el brazo ejecutor de la Justicia en la Tierra; pero, al mismo tiempo, se encontraba asociado a la misión evangelizadora de la Iglesia, encargándose de proveer a todo lo que necesitasen los evangelizadores de América, gobernando a la Iglesia Indiana, y defendiendo al catolicismo de los ataques que sufría en Europa -tanto de los protestantes como de los turcos-. Ya Felipe II le había señalado a su hijo en su Testamento que “la monarquía no se de origen divino sino humano”, y que “el Rey es el primer servidor del reino”, buscando “la perfección en todo, y principalmente en la justicia”[1]. Por lo tanto, si bien los Austrias fortalecieron el Estado, no lo consideraron como instancia suprema de la realidad, ya que se debe adecuar a un Orden Trascendente de origen Divino, realizando la justicia dentro de lo posible aquí en la Tierra, conformándose en todo a la Ley del Reino, de la Iglesia y de Dios. El diplomático español Saavedra Fajardo, fiel al espíritu de la Hispanidad, escribió en el siglo XVII: “Conviene señalar al príncipe desde la juventud a domar y enfrenar el potro del poder (…) Menester es el freno de la razón, las riendas de la justicia y la escuela del valor (…) Ni ha de creer el príncipe que es absoluto su poder (…) Reconozca también el príncipe la naturaleza de su potestad, y que no es tan suprema que no haya quedado alguna en el pueblo (…) A los buenos príncipes agrada que en los súbditos quede alguna libertad: los tiranos procuran un absoluto dominio”[2].

     Quienes más se han destacado en la exposición de la teoría del derecho político en fidelidad con la tradición escolástica, y conforme al espíritu de los grandes “padres” de la Hispanidad, como San Isidoro de Sevilla, han sido los teólogos jesuitas, en particular los padres Mariana y Suárez. Para ellos toda comunidad requiere para su perfeccionamiento de una potestad -comunidad y potestad se suponen mutuamente-. El fin de la potestad es llevar a la comunidad hacia el Bien Común realizando la Justicia, conforme al Orden Trascendente establecido por Dios. Esto supone un pacto entre la comunidad y la potestad, comprometiéndose esta última a dirigir a la primera a su fin; si esto no se cumple la comunidad recupera su potestad original y tiene el derecho de resistir al mal príncipe que se ha convertido en “tirano”.

-Con respecto a la Religión: La Hispanidad fue la gran defensora de la unidad cristiana de Europa en fidelidad a la Iglesia católica, fiel a las enseñanzas del Concilio de Trento, y difundiendo la auténtica reforma católica, llamada por los protestantes “Contrarreforma”. España dio a la Iglesia y a la Cristiandad, a lo largo de los siglos XVI y XVII, grandes santos, grandes ascetas y místicos, grandes misioneros, grandes teólogos, grandes poetas y escritores  espirituales. Además sus principales Órdenes religiosas vivieron profundos movimientos de reforma interior, naciendo además nuevas congregaciones entre las cuales merece una especial mención la Compañía de Jesús. 

-Con respecto a la economía: En el mundo hispánico no se produjo un gran desarrollo de una burguesía capitalista como en Inglaterra u Holanda. No obstante en estos siglos el mundo hispánico, aún manteniéndose fiel a los principios escolásticos de condena de la usura, y de precio justo y lucro honesto, alcanzó una grandeza material que acompañó a la grandeza política, cultural y espiritual que caracterizó al mundo hispánico durante los siglos XVI y XVII.

-Con respecto a la cultura y al mundo intelectual: Las Universidades españolas e hispanoamericanas durante los siglos XVI y XVII fueron centros de un gran desarrollo del Humanismo -movimiento propio de la Europa moderna-, aunque en profunda fidelidad a la tradición escolástica, generándose un gran movimiento de renovación de esta última. La Hispanidad generó u n verdadero Humanismo cristiano, fiel a la vocación contemplativa del hombre, que tuvo como principales protagonistas a los grandes teólogos de las principales Congregaciones de la época -dominicos, franciscanos, jesuitas, etc.-. No obstante, los nuevos saberes no fueron despreciados, y tuvieron un gran desarrollo, sobre todo por parte de los sacerdotes de la Compañía de Jesús.


Carlos II adorando la Sagrada Forma | Sagrado, Pinturas y Arte



[1] De la Cierva, Ricardo. Yo, Felipe II, 198.

[2] Ayala, Francisco. El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo, 74-75.


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